Poca gente en la terminal. El autobús no se llenó. Nota mental: es mejor viajar en miércoles, quizás, también es más triste. Ojalá yo pudiera controlar todas estas fechas. Estos malditos vicios de hacer cálculos mentales triviales. No recuerdo que soñé, pero me parece que fue algo feliz. He despertado bien y sin sueño. Incluso estoy escribiendo una entrada en el querido diario. Estoy casi dispuesto a que me inyecten otra vez.

Pienso en los niños enjaulados. Cuan alejada está la vida política que usan a los niños de rehenes y excusan su pasividad por porcentajes de nacionalidad. Solo el 1% de ellos es mexicano. Bueno, el 100% de ellos son niños, están enjaulados como perritos a sacrificar, tienen pesadillas porque no saben si volverán a ver a sus padres y ya saben de qué va tener un futuro incierto. Cuántos libros te preparan para el instante de romperte la infancia con tanta crueldad e indiferencia.

Pensé ociosamente en soluciones; debería existir un organismo internacional en América dedicado específicamente a casos de este tipo. Expertos de todos los países que puedan rescatar a estos niños y colocarlos en donde deberían estar, regresarlos a sus padres, determinar el mejor lugar para un asilo político si lo necesitan. Luego me avergoncé. Ya estaba pensando como ellos. Es fácil y tentador. Y sólo es pensamiento y omisión.

Es indigno y es terrible. No se diga más.

Ayer la doctora se río un poco conmigo. Aparento buen humor y el jijiji-jujuju; luego me quedo solo y hago cuentas. Me dijo: “¿Pues qué no le está echando ganas?”. “Qué jocosos son los hematólogos”, reviré. Probablemente me den más quimioterapias de consolidación. Tres meses más de tratamiento. Yo pensaba curarme este año. Quizás no sea así. El ocio. Olvidé que uno no decide estas cosas y ya estaba de lo más contento, acariciando las nalgas de tiempos mejores. “Tiene un tumor de casi diez centímetros. Hay que asegurarnos de que no regrese”. Me cayó bien la doctora. La situación se masticó mi hígado, pero qué cancer no lo hace. “¿Ya lo vio el radiólogo?”.

No debería adelantarme a pensar en menos o más tiempo. Hacer cálculos del tratamiento es de lo más tonto, pero también es imposible no hacerlo. Quizás la lección más valiosa de la enfermedad es aprender a vivir un día a día, aunque es agradable y desastroso cuando te pones de rebelde y crees que puedes decidir el final, el mejor de ellos. Mis problemas con la autoridad no sirven de mucho cuando no entiendo muy bien quién es el jefe y cómo hacer trampa en este juego. Dios ha de estar riendo: “te chingué”.

Me costó trabajo decidir cuál libro llevar el día de hoy a la sala de quimio, entonces viajo con dos ladrillos: Shakespeare y Cervantes. Los payasos de Shakespeare también son un bolso de refranes. Leo Romeo y Julieta como un dulce para los sádicos y me dan tristeza y horror todos los palazos que recibe don Quijote. El menso dice que a Sancho lo molestaron unos fantasmas y noto que el narrador hace puntual la locura de Quijano. Dudo, creo también en la cobardía de Quijote y cómo escoge el espejismo para no involucrarse. Entonces Sancho le vomita encima y apenas puedo contener la carcajada. El lector detective trata de investigar la verdadera motivación de una ficción.

Ya verás, me dicen, usarás el cáncer para escribir una novela. Un paso a la vez. Para explicarse cómo me siento, con música, hoy se me ocurrió que el soundtrack de Hotline Miami lo hace estupendamente: la náusea, la incertidumbre, la alegría artificial, simulación de tranquilidad hasta montarse en un momento de breve felicidad, un regreso bendito a la rutina. Hoy nomás, por fin, después del dramón del día de ayer, apenas me siento con disposición para que me inyecten. Qué novela se puede escribir cuando apenas estamos arreglando el puente.