Hoy estoy confundido, es una confusión peculiar que surge de muchas necesidades, otros cariños y, claro, las libertades y esperanzas que ahora poseo o de las que me he descubierto dueño absoluto; pero soy realista, no será posible aclarar esta maraña de pensamientos en un día, en una semana, meses o años (pero debo hacerlo, do the work, no debo pensar que “esto es un proceso”, que “ya pasará”, que “se arreglará solo”, sino que debo trabajar el alma, reordenarla, quizás debería aprovechar para pintarla de otro color o cambiarla de sexo. Paint It Black, bitch).

Pequeño mantra personal: sopesa el enojo, míralo a los ojos, no permitas que tome el control sin pedirle algo a cambio (estos dos días que escribí de mis rutinas y mis planes, curiosamente, me sentí feliz, hasta optimista sin trampas o sin trucos, sin letras pequeñas en el contrato de las bolas sonrientes y amarillas). Dios control sobre el regodeo o el caballoloquismo que me traigo. El trabajo de recordar que puedo hacerlo en la intimidad, frente al espejo, en algún sueño. Puedo estar enojado, o puedo ser feliz, pero por qué debo depositárselo a otros, por qué repartirlo como dulces para por la necesidad de reacciones o el impulso de aleccionar. Manejo de impulsos para trabajar en otros puntos: la compasión, el ejercicio, el trabajo, la empatía.

El camino es complicado. Hoy me gustaría dormir y dejar que todo esto pase, dejar que algún otro tome el asiento del piloto (y si hago eso, vamos, caigo de nuevo en lo fácil: el enojo, la sorna, la destrucción. Agustín emputado tiene muchas ganas de manejar, de romper cosas, de tomar todas las decisiones tajantes). Altas y bajas. Tuve dos buenos días y si no me cuido, estaré de nuevo en el fango, compadeciéndome, maltratándome.

Quién iba a decir que este lío en la cabeza sería su propio trabajo increíble.

Una de mis autoficciones favoritas y recurrentes en el blog de antaño, es cuando pretendía ser un personaje con otras motivaciones, otros delirios. Normalmente estas ficciones agresivas funcionaban porque añoraba algunas aventuras, libertades que no me podía dar por mis prisiones económicas o familiares, los compromisos morales que nos atan. No lo hacía a menudo, pero me gustaba caer en la tentación y rumiar las alternativas del Agustín que no se debe a nadie. Trabajaba mi persona de ficción como si pudiera desdoblarme, enloquecer, romper cárceles con facilidad y arrojo. Me gustaba ser dueño de mis propios universos paralelos como si pudiera saltar entre las realidades infinitas para darme el placer de historias fáciles y complacientes (sólo a mi servicio), historias que en ese momento necesitaba para seguir viviendo.

Quizás, todavía no sé si esto es bueno o malo, eso es lo que estoy practicando en este instante: la ficción de una mejor versión de mí mismo, un Agustín que puede ser más generoso y compasivo, un Agustín que puede amar con límites más flexibles a sus queridos, a sus semejantes, a su familia y sus amigos. Un Agustín que puede escoger a su familia, y que puede escoger sus preocupaciones y por quién sufrir, trabajar y vivir. En la ficción puedes imaginar la solución a vidas complicadas.

Escuché la risa de mi sobrina y su madre al despertar de mi siesta. Eso me hizo pensar en tiempos más sencillos. Por eso otros tienen hijos y empiezan a luchar por vivir la otra mitad de su vida. Anoche pregunté a mi esposa cuál era el propósito de su vida, no supo decírmelo (pero ya lo encontrará, no todos podemos ser escandalosos y definitivos, o quizás eso del propósito es un engaño, una broma que ya dejamos correr mucho tiempo). Yo dije: “escribir mucho”. Ordinario, simple, y ojalá correcto.