Anoche encontré en Amazon la película de Los tres García. La dejé correr mientras me preparaba un sándwich de huevo con jamón y uno de crema de avellanas. De niño me gustaba buscar películas mexicanas para dejarlas como ruido de fondo mientras me retrasaba, inevitablemente, aún más, en la hechura de mis láminas de dibujo técnico. Alcanzaba a deber hasta unas 10 ó 15 láminas por periodo simplemente porque me daba mucha flojera. Pasé la materia de milagro (me da gracia que todavía hoy aplico los principios prácticos que recogí en las clases: cómo usar las navajas, las escuadras, los estilógrafos, las perspectivas). De niño procrastinaba con la voz de Pedro Infante, imaginaba su último falsete al caer de un avión en llamas, mientras pensaba en el futuro, en mi madre enferma de cáncer y luego de depresión, en mi familia tan extraña pero tan unida, en qué sería de mí cuando tuviera 30 o 40 años, en el rumor de las separaciones inevitables y los caminos discordantes de cada uno de nosotros. No siempre era tan fino. A veces me sumergía en estos profundísimos pensamientos con las películas de Clavillazo, Resortes o Tintán. Sus chistes malos, su acento de pachucos y de pachecos; así caminarán conmigo hasta el fin de los días. Serán, quién sabe hasta cuando, un marcador programado de cierta melancolía.

Anoche también pensé que debía escribir en mi blog. Si no lo saben, estuve enfermo de cáncer durante el final del 2017, y parte del 2018. Linfoma de Hodgkin. Si lo saben, quizás tienen más recolección que yo de todo lo que dije y todo lo que pasé durante ese procedimiento, al menos en redes sociales porque a mi lado, quien me sufrió más, fue la pobre de Sol (y todavía me abraza con amor, todavía). Algún día contaré todo lo que vi en el otro lado, pero no el día de hoy, quizás no en los próximos cinco años. El tratamiento fue difícil, el viaje fue difícil. Tomé decisiones pesadas e hice fuertes declaraciones durante todo el proceso y hoy, aunque veo la ridiculez de algunas cosas (el humor no me salvó la vida, pero la hizo más llevadera), también creo que fueron inevitables. No soy una persona de declaraciones, prefiero reservarme mis principios, actuar y no ceder a la tentación de vivir como un charlatán, pero la enfermedad y el tratamiento abrieron algunas puertas interesantes y estridentes, y a mí me encanta cruzar puertas, explorar lugares siniestros y oscuros. Así he conseguido posturas más claras sobre la sexualidad, la vida en pareja y el suicidio. No pienso repetir mis conclusiones. Algunos amigos ya lo saben, pero cualquier chismoso puede enterarse de cosas mías si lee las pocas entradas del blog publicadas en el 2018.

Post-it en el monitor: he cambiado poco, si acaso, todo se hizo más claro, más fuerte.

Durante ese tiempo perdí la cabeza: mi insistencia por leer el Quijote y algunas obras de Shakespeare, por ejemplo, se debía a que perdí cierta facultad para percibir el ritmo, la naturalidad con la que contaba los acentos. Me costaba trabajo recitar el poema de Yeates y los párrafos que me sabía de Fernando del Paso. Así supe que cognitivamente estaba herido, deshecho o incompleto. La planeación de tiempos de trabajo, escritura o juegos quedaba rota o malhecha. No creo todavía estar completamente recuperado, sólo lo suficiente para notar algunas diferencias. Cada día que pasa recupero un poco más. Afortunadamente me di cuenta, percibí que estaba perdiendo algunas de mis capacidades, y por lo mismo me fabriqué unos ejercicios para recuperarme más pronto de eso (memorización, matemáticas fáciles, escribir ficción en otro idioma) pero no fue suficiente, sólo lo necesario para no olvidarme de quién he sido y de quién fui. También me obligué a escribir unos cuentos personalísimos, los cuales, dos de ellos andan por aquí y los demás están esperando a que me sienta en condiciones de agarrarlos a madrazos para publicarlos en un libro.

Algunas veces releo los textos escritos durante este tiempo y percibo cierta falla en los ritmos, más redundancias de las acostumbradas, una excesiva confianza para usar frases que ya no utilizaría o el vagabundeo en lugares que podría pensar, en un estado más sano, son estériles, insustanciales. Lo sé, el proceso por sí mismo era inevitable, no busco el consejo o la apreciación externa pero, como siempre, uso el blog como la herramienta para discernir a dónde he llegado, dónde está mi alma, por decirlo de algún modo; me ha fascinado verme distinto, pasé todas las etapas del ratón acorralado hasta llegar aquí. Sabía que el cáncer, por más terrible que fuera, también sería una exploración dura, y nunca he tenido miedo a nadar en porquería. Durante ese tiempo, incluso en tareas sencillas, fue como si cada cosa, cada reto, cada problema a resolver, me triturara nuevamente la cabeza y tuviera que sacar los dientes para encontrar la salida del laberinto. Quiero pensar que fueron los medicamentos, la biología alterada por los bombardeos. Me idiotizaron progresivamente y apenas estoy recuperando algo de seso. Por ejemplo, anoche, después de mucho, muchísimo tiempo, pensé que debía escribir en mi blog como una rutina que ha renacido de la memoria: eso, por extraño que parezca, es un indicio de normalidad; por fin he recuperado un pedazo (uno más) que tenía dormido por ahí.

No lamento, sin embargo, haberle dicho a mis amigos que los quiero bajo la influencia de las defensas bajas. No me arrepiento de haberlos abrazado, besado y decirles que los amo, de sincerarme con ellos. Eso no estuvo tan mal. Probablemente no lo haga otra vez porque no siempre soy ese cabrón, pero fue lindo mientras duró. Hablé con mi madre hace unos domingos sobre esto. Le dije que había quedado muy tonto (sentimiento aparte), ella me dijo que todos los mecanismos de defensa (paralavida) que uno tiende a construir con mucho esmero se rompen frente a una cosa así. Queda uno indefenso, sin capas como la cebolla, mientras más pasa el tiempo, mientras más te inyectan y te dan de radiaciones y te cocinan para el taquito de canasta que dios va a masticar. Capas de una cebolla. Sí, quizás así fue. No puedo mentir: este es el problema más grande que he tenido en mi vida y estoy muy orgulloso, hasta el día de hoy, de su resolución y que aun estando medio turulato, jamás abandoné el principio de hacer lo mejor posible. El proceso, la sanación y la enfermedad me mostraron el camino a gente luminosa, no sólo quienes conviven a mi lado (Sol y Nico), pero todo tipo de relaciones que he construido a través de mi escritura, mis afinidades, mi honestidad. Kudos para mí. Sé que no merezco todo el crédito pero esta noche me engañaré con que sí.

Estoy muy cansado, no me duele decirlo, y he descubierto, verdaderamente, mis propios límites. Igual que con el tratamiento y la recuperación, decidí abrazarme al tiempo de descanso lo mejor posible. Dejé la escritura a un lado, sólo tenía fuerzas para escribir la columna cada domingo. Apenas planeo retomar algunos proyectos literarios que quedaron en pausa, sabiendo que mi cabeza se encuentra un poco más crítica y capaz, o quizás sólo escriba en mi blog aquello que nunca terminaré de trabajar; quiero escribir una o dos veces a la semana mis banalidades en este espacio, quizás haré una transmisión en twitch los fines de semana para platicar. También he dejado los libros y mis traducciones en otro lugar; así quedarán por tiempo indefinido. Me gusta el presente de vivir en modo reposo: trabajo para pagar mis deudas, corro (4 kilómetros, 4 días a la semana) para sanar el cuerpo y juego pokémon en mi celular y el nintendo ds porque no puedo vivir sin un bestiario, sin criaturas digitales que me acompañen mientras Nico camina a mi lado, con sus orejas torpes y su columna quejosa de perra vieja. No puedo vivir sin juegos porque creo que la vida está hecha de esto: una progresión para crecer, mejorar tu personaje, y enfrentarse a los riesgos y los accidentes de un azar programado. Sí, alguna vez quedaremos jodidos y pixelados, pero sóplale al cartucho e inténtalo de nuevo. También me he enfocado a otros placeres, un poco más banales, como aprender a dorar mis sándwiches y ver series de televisión que normalmente no vería.

Estoy haciendo lo posible para celebrar la vida y su sencillez. Celebro a Sol, a Nico, a la familia que tengo, a mis hermanos de sangre y los metafísicos. El objetivo es intervenir menos y dejar correr el aire. Creo que ya no tengo prisa, sí, ya no tengo prisa, aun si muero el día de mañana. Ese podría ser mi epitafio, quizás. Estoy contento con las pocas bendiciones que todavía poseo. La neurosis está más callada que nunca.