Cuatro kilómetros. Eso es lo que corro cuatro días a la semana. Trato de salir todos los días entre 6 y 8 de la noche, cuando baja el sol, para que no me pegue en la cara. De regreso es divertido competir contra la sombra, soy testigo de mi propio ritmo. Pienso en Nico y el vaivén de sus orejas cuando veo el bamboleo de mi sudadera deformado por los ángulos de mi yo-sombra. Cada día de ejercicio es guerra y tregua con el cuerpo, reconocer en lo que se ha convertido. Las esperanzas de que mañana, naturalmente, mejorará. Escucho compilaciones de música de sintetizador (@theprimethanatos en YouTube), un extraño regreso a los ochenta (¿por qué esta música es efectiva? Nota: la música es una ilusión, pica los botones correctos para hacerme creer que viví plenamente una época que no fue mía, que nunca lo será). El ritmo me ayuda a conservar un buen paso.

Media hora, más o menos, 4 kilómetros, miro cómo se alargan las sombras de los árboles (relojes de sol improvisados), aspiro la humedad que despide el viejo acueducto entre sus ladrillos, admiro el pasto, la hierba, sus abejas y abejorros. Invento mis propios paraísos de respiración, recuerdos generados por un afán cyberpunk, humanos aumentados por los dispositivos tan sencillos que cargan y sólo evidencian el desprecio por las funciones cerebrales simples. Ghost in the Shell, ruta Cholula y Momoxpan, el dios Pan-Momox proveerá.

Miro a la gente durante mis rutinas, intuyo sus vidas como parte del ejercicio de respiración y de movimiento, los miro crecer y cambiar frente a mis propios ojos. A dónde se guardan los NPCes cuando regresas a tu casa, ¿duermen? ¿Sueñan? ¿Se limpian de la memoria para hacer espacio a la siguiente instrucción? ¿O son objetos que preparan las rutinas para el siguiente encuentro? Árbol de decisiones programado, es mejor no quebrarlo, adaptarse a las variables de un lugar tranquilo, un lugar sencillo.

Saludo a un señor que todos los días saca a pasear a su border collie bicolor. El hombre tiene una crisis de la mediana edad, quizás se divorció recientemente, se le nota en la cara (deja de sobreinterpretar el texto, Agustín, pero no puedo vivir solamente de sombras, del acueducto necio y envejecido, de las caras en las bicicletas de Uber y de Rappi y los que llevan flores y cemitas de cabeza). Quizás ella le dejó a la perra, o él luchó por ella. Antes salía vestido de camisa, pantalones khaki de señor respetable, la correa tensa y preparada para controlar a la animalita. Su perra saludaba a la mía y el hombre se estresaba, no sabía lo que iba a pasar, no confiaba en su propio animal y teníamos que saludarnos y despedirnos apresuradamente, lamentando el hecho de encontrarnos, forzados a socializar, porque los perros son nariz y deben olerse las colas para continuar con sus vidas. En días recientes, el señor sale sobre su patineta, vestido de vaqueros y playera, tenis converse, y me saluda con ve de la victoria, un poco avergonzado porque he descubierto su disfraz de muchacho, y yo le correspondo, integrantes de un club secreto, de los hombres que desean ser jóvenes espectaculares.

Tengo algunas ideas mientras corro, y me contento con recogerlas y desecharlas. Quedan atrás como, ay, polvo en el pavimento (no seré el primero con este lugar común, no seré el último). Ideas, argumentos, inspiración, historias. Progresión de palabras fáciles. Suspiro, aprovecho que tengo las defensas bajas y el cuerpo en movimiento, y confío en la sencillez de las palabras, los conceptos. No soy capaz de creerme un idiota, no en este instante. Pero es mal momento para los chispazos porque no cargo papel y lápiz conmigo (pos qué, no soy detective de tele o poeta callejero). Tengo guardado el teléfono en una cangurera deportiva pero no es nada práctico para las notas rápidas. Nota, cambio de lenguaje: el privilegio de escribir que las notas se toman en el teléfono, ni PK Dick lo hubiera hecho mejor. He intentado practicar esto con cierta regularidad, sin embargo, mis guías son tan breves o descuidadas que, para entonces, cuando me siento a la revisión, la idea original ya quedó en el fango y termino trabajando otra cosa totalmente distinta.

Anoté, por ejemplo: “taxista muerto” después de mi carrera del jueves. Y sí, había un taxista muerto, muerto de sueño adentro de su auto, la cabeza desparramada, la boca abierta y los ojos bien cerrados. Parecía que no respiraba. En mi primera vuelta me percaté de él, y quizás un par de chismosos también lo notaron, y una camioneta de la policía municipal lo pasó de largo y no los culpo, quién quiere lidiar con un taxista que de buenas a primeras se estaciona en lugar prohibido para echar la pestañita, cerrar los ojos, agarrarse el pecho y descubrir que el corazón no le jala, que sentarse todo el día es tan dañino como fumar, es el cáncer del hombre moderno. Yo no podría lidiar con una situación de cadáver (esto, por ridículo que parezca, me suena a lenguaje policial, hashtag los reporteros y sus chispazos). Yo seguiría mi camino, cruzaría los dedos, pediría a dios que lo hiciera otro. Pensé, de regreso de esa primera vuelta, “¿debería llamar al 060, al 911, al 411? ¿Debería decirle a alguien que el señor se ve raro y luego casualmente desaparecer?”. No hice nada de eso. En la segunda vuelta ya había un grupo de chismosos alrededor del taxi, además de una camioneta y un auto de la policía municipal. Los policías tenían las manos en el arma, tocaban la ventana del taxista y él, en su mejor interpretación de occiso, no les hizo caso un buen rato hasta que no pudo ignorarlo más, lo arrancaron de su sueño de muerte, pestañeó un par de veces, reconoció su lugar en el mundo. El NPC empezó una subrutina para revelarnos una misión extraña. El taxista sale de su auto para confrontar a los policías, declararse culpable de dormir muy bien.

Los chismosos parecen un poco decepcionados. Doy la vuelta, lo dejo atrás.

Quién sabe si algún día descubriré todo lo que se ha activado al presenciar estos actos.