Hace unas noches granizó en Cholula, Puebla y arreciaron los vientos. Esto último me da mucha gracia porque nunca había tenido una oportunidad tan sabrosa de usar el verbo: “arreciar”. Arreciar suena cándido, como el verbo venezolano: “arrechar”. El arrecho arrecia. Regresando al dilema de los vientos, en el momento fue preocupante; sonaba el granizo como si quisiera romper los tragaluces y ventanas de mi casa y miraba como golpeaba mis plantas con tal fuerza, que se perdieron muchas hojas y el ánimo decayó en general. El cerdito le tuvo miedo al lobo, no lo voy a negar y en estos momentos, las plantitas se ven mejor, como si hubieran superado la tristeza. Esto último también me da risa: hablar de las plantas como seres con sentimientos, ánimos, creo que es de señora postvictoriana. Escribo cartas para Matthew Crawley o este otro pendejo, ¿cómo se llamaba? ¿Heathcliff? Mea culpa.

Demasiado Downton Abbey.

Después del granizo, en la noche, cuando salí a correr, además de los profundos charcos de agua, pisé las camas de hojas caídas y admiré de pasada los árboles, pensé en ellos; se veían orgullosamente frondosos. Empecé a creer que la mayoría de los árboles, incluso los más chaparros, han vivido más que yo, han sobrevivido a los soles y los granizos, a los químicos y los cohetes de las fiestas cristianas, han sobrevivido al vómito de los estudiantes y las constantes vertientes de orina de las jaurías callejeras. Tiran las hojas en una pequeña desgracia pero por dentro son los dioses vegetales, la esperanza única, la memoria de los mundos; en sus raíces y sus ramas, en sus hojas y sus troncos está la historia del mundo entero. Todo árbol es yggdrasil e yggdrasil es todos los árboles. Últimamente, no me avergüenza admitirlo, permito que me conmuevan muchas cosas, entre ellas los pinos, los ahuehuetes y los olmos de Cholula. Lo que daría por dormir el último sueño bajo una jacaranda.

I Can’t Forget de The Pixies (¿cover de Leonard Cohen?). Escucha eso. Such a beautiful shit. Regreso a esta canción como si hubiera despertado una versión mía del pasado. Trata de un hombre que no olvida, pero ya olvidó, y que lleva un ramo de cactos a quien ya olvidó, pero en realidad no ha olvidado, y que fuma un cigarrillo y despierta como puede de la cama, como yo, casi como yo. No es un hombre que ha vendido el mundo, nada tan dramático, pero un tipo común que trata de sostenerse después de la resaca de la memoria. La canción habla de un doble también, y habla de un olvido casi intencional. Conforme el tiempo avanza pienso en la persecución de la memoria (Proust es un tema inevitable, es una sombra gigante: correr contra la sombra es correr contra Proust, a veces contra Onetti y contra Ende, pero sobre todo contra Proust). No puedo olvidar las cosas porque mi memoria es uno de mis pilares (he confirmado que si mi memoria se quiebra, o es ineficiente, siento que lo he perdido todo y dos: qué chistosa la gente que se compara con arquitectura, edificios, el palacio de la memoria, el templo de sí mismo, éjele), pero estoy dispuesto a jugar también en llenar los espacios en blanco, confiar en esa parte del cerebro que rellena los datos para sostener la realidad. Pienso, mientras corro, inevitablemente, contra todo pronóstico dopamínico, en todo lo que me ha abandonado y lo que ya no volverá. Entonces fabrico memorias, endulzo los paseos en el viejo mercado y los días de cafetería universitaria como si no hubiera sentido decepciones, como si nadie me hubiera traicionado.

Como estoy despertando el pasado, entonces estoy llevando de la mano a este tipo que solía escribir de sus días durante las noches de edición, antes de presentarse a una de tantas juntas que le robaron la vida para hablar de argentinas, brasileñas y adivinar la sexualidad de los actores; solía escribir mientras editaba y también antes de dormir, a las tres o cuatro de la mañana, pero hoy lo hace sin tanto silencio y tanto drama (qué será de mí, canta Nicola di Bari, ¿él canta eso?), un poquito más temprano, sin coca cola y una cajetilla de cigarros. Una versión mejorada, o bien madreada, del tipo que fumaba hasta entenderse y en el proceso, cuando tenía suerte, también lograba desentrañar el significado de un pedazo del mundo. Por ejemplo: los árboles resisten el granizo, pueden resistirlo una o dos veces, quizás puedan resistirlo una semana entera. Quizás, como aquel fragmento de Job, no importa si es agua helada, si es agua proyectada a gran velocidad, pero la usarán para reverdecer, iniciar de nuevo el proceso de forrarse de hojas para hipnotizar a los corredores que suelen exagerar al momento de masticar el pasado. Quizás por eso la gente, en el infinito pozo de su arrogancia, aspira a tener un alma semejante a la fortaleza de un árbol.