Los besos míticos: él es un poco más alto, ella finalmente olvida su agenda feminista y cesa la destrucción de monumentos para mirarlo con ojazos de borrega al matadero. Reitero porque creo que es importante recalcar lo simple, pero bonito y efectivo que es: él es un poco más alto, no se le pide más, lo que viene después es un regalo: quizás tiene un bigotito bien peinado, el cabello engominado y bien producido (quizás el cabello de un actor es una bestia de ficción, pero otro día haré esa exploración). Pero parece que el hombre ha sido construido para llegar a este momento, a pesar de su persistente ignorancia por las dificultades y su única solución para arrostrarlas: sacar el pecho, alzar los brazos, hacerse el gorila alfa unos minutitos. Una masculinidad bien protegida gracias a un muro de pantallas, un director paternalista y guionistas consumados. Cuando éramos jóvenes (o sencillamente cuando no estamos preocupados por el dinero, la corrupción, el narcotráfico y la enfermedad), y el entretenimiento era más simple, solíamos depositar nuestras esperanzas de ficción en un beso; ese momento que habría de reparar todas nuestras angustias y el tiempo herido (no importa si es una película, un pantanal, un culebrón o una telenovela de esas de antaño).  Pero si trato de recordar algún beso especial, quizás, por ejemplo, el de Lo que el viento se llevó, o el de Thalía con alguno de sus galanes de ocasión, no veo detalles o siquiera me molesto en inventarlos, me contento con las siluetas borrosas de dos actores, de sus rostros extáticos abandonados en una lujuria artificial. ¿Son los besos míticos una prisión para los sexos?

Los besos revolucionarios: vivo en la ilusión de que a todo México le parece chistosa la pintura de Zapata afeminado sobre el caballo blanco (no puedo recordarlo, y no quiero usar el internet, ¿pero es el caballo un unicornio? ¿aquel símbolo de la pureza de la hembra? ¿El animal hambriento que desea poseerla?). Me gusta vivir en esa ilusión porque la alternativa son machos frustrados, colegiales calenturientos y gritones del arte. También me gusta pensar en un joven Zapata condenado, pues, a una sexualidad sencilla, sin alternativas reales a la familia tradicional para, no solamente seguir modelos morales, pero no morirse de hambre en tierras áridas y hostiles. Por ahí salió un titular que proponía la bisexualidad de Zapata y entonces el diablo se hizo una puñeta. Creo que nos gusta verlo como el macho de un beso mítico, pero no solo besa a una muchacha, sino que es capaz de besar a todo México, un beso que va de los labios a la frente. Cuando la necesidad es cabrona, el deber de un héroe es tomar todas las formas y todos los espacios. Zapata nos arropa entre sus fuertes brazos.

Los besos incómodos: más de una vez he dado un beso incómodo porque, a veces, me nace expresarme como una criatura de malas costumbres. Creo que estoy a tiempo, creo que todavía puedo desaprender, pero no sé si quiero hacerlo. Como ya no sé a quién debo besar, hago toda una coreografía de lentos acercamientos y miradas intensas a los ojos para medir al otro, saber si no me estoy extralimitando. Si debo ser sincero, me da asco vivir en una sociedad de besar las mejillas de los extraños, pero me costó mucho sobreponerme para que ahora salgan con que el espacio personal debe ser respetado. Los argentinos y algunos uruguayos, en mi otra vida, me besaban fácil. A veces los extraño, no olían nada mal.

Los besos japoneses: creo que nunca he visto a dos caricaturas japonesas besarse. Recuerdo sombras, iluminaciones, saturación de colores, acercamientos a labios solitarios, ángulos incómodos e imposibles en la anatomía humana, cuadros de censura cuando se ponen muy gallitos, ¿pero las caricaturas japonesas se besan? Recuerdo, también, la ansiedad de algunas novelas visuales: es más importante encuerar a las muchachas o dar el paseo con ellas en alguna feria que darles el beso de las buenas noches. En Evangelion, primero recuerdo el semen de aquel morrito desesperado que ya no quiere subirse al Eva. ¿Qué habrán pensado los artistas de las viñetas? ¿Se habrán clavado en la textura de los flujos? ¿Habrán pensado en el brillo, en las propias descargas llenas de frustración y de ira? He llegado a la conclusión de que los japoneses no tienen labios. Qué van a saber ellos de darle una mordida al elote y después darle un beso a Zapata, embadurnarle los bigotes de mayonesa y queso rallado mientras él parpadea mucho, sorprendido y feliz, y sus lindas chapitas en la mejilla.

Los besos perrunos: al perro no le importa de dónde vienes, de todos modos te dará un beso. Cuando su lengua rasposa recorra tu cara, de barbilla a frente, lo sabrá absolutamente todo de ti. Y no sólo eso: también te perdonará. No desperdicies ese regalo.

Publicado originalmente en LJA.