Lo compré por el poster: Pac-Man revestido de colores psicodélicos, gradientes neon y música electrónica punchis-punchis, house y techno. Pensé que era un reskin o una actualización del clásico, pero no, es una reinterpretación del mismo. Pac-Man Championship Edition DX incorpora algunos elementos de gamification obligados por nuestros tiempos: una amplia selección de niveles aunada a retos de distintas temporalidades, por ejemplo.

Pac-Man ChampEd (así lo llamaremos de ahora en adelante) hurga en la estructura del Pac-Man original para darnos lo que mejor sabe hacer: patrones y velocidad. El juego abraza su origen recursivo y de movimientos precisos para ofrecernos un producto complejo y (como dirían los escritores mamertos) vertiginoso. En momentos clave, estaba tan concentrado que me enfocaba en mover la palanca en un rango más reducido de visión ya que ocurren diversas cosas en la pantalla al mismo tiempo y en velocidades altas, es casi imposible saber lo que está pasando. Supongo que es un excelente juego para entrenar o mantener bien despierta la coordinación visual y motriz.

Pac-Man ChampEd ya no solamente se trata de recorrer un laberinto y escapar de los fantasmas, pero también de hacerlo lo más pronto posible, sin errores, para obtener las frutas en una secuencia que, en apariencia, está previamente establecida y calculada para detonar la búsqueda de los caminos más rápidos, los más compactos, y mejorar así en cada repetición el puntaje. Hay laberintos de diversas clases (o niveles) que en cada menú, pueden ser jugador a distintos tiempos (1, 2, 10 o 15 minutos de juego o retos especiales, como comer la mayor cantidad de fantasmas posibles). El juego está inteligentemente diseñado para aprender en cada uno de estos tiempos un fragmento del patrón que necesitarás para los tiempos más grandes. De ese modo, puedes dividir el aprendizaje en secciones y si dedicas tiempo suficiente, puedes volverte un pequeño gran maestro de esta joyita abandonada.

Mucho del reto en los primeros meses de este juego venía, quizás, del aspecto social, pero como suele suceder en estos casos y ya después de algunos años, muchos de los puntajes en Steam están tomados por algún gracioso que inyectó puntajes falsos en el juego y uno tiene qué contentarse con la jiribilla que pueda hacer con los amigos, los conocidos o uno mismo ya que algunos simplemente son imposibles de mejorar.

Pac-Man ChampEd me recuerda, en algunos momentos, a otro clásico: Snake. Ya no escapas solamente de los tradicionales 4 fantasmas (¿a ver, quién puede nombrarlos de memoria?), pero despiertas fantasmas a lo largo de todo el laberinto y sus secciones. Puedes cargar con una fila hasta de 60-100 fantasmas antes de comer una píldora de poder para deshacerte de todos ellos. Hay modos de juego que engalanan esta mecánica y la convierten en lo primordial: cuántos fantasmas puedes jalar antes de que se vuelva insostenible y necesites de la píldora. Mientras que otros modos te retan a que no caigas en el fulgor adictivo de comérselos a todos y te comas las frutas de la misión antes que perder valiosos segundos en acabar con la hilera ectoplásmica y fulgurante de enemigos.

El diseño del juego hace homenaje a Pac-Man y la mayoría de sus variantes (en arcade, no modos aventura, por ejemplo) a lo largo de décadas de versiones, reinvenciones y alternativas. La música es igual de sabrosa y pegajosa, pero es puramente electrónica, compuesta con instrumentos modernos y aunque algunas de las rolitas todavía tienen detallitos que se oyen en chiptune, no son el instrumento principal. Para jugarlo, me decanté por mi DualShock 4 que por mi control de X-Box One, ya que descubrí el primero respondía mucho mejor con la palanca que el segundo. No sé si puede jugarse con mouse y teclado. Creo que no se disfrutaría igual.

Este juego está recomendadísimo para ratitos de ocio o para limpiarse la cabeza de algún deber o evento de esos que no lo dejan vivir a uno (como, por ejemplo, las malditas deudas), igual como algunos poníamos unas dos o diez monedas en nuestra arcadia preferida, para olvidarnos de las chingaderitas de la vida.