Un señor corrió a las tres de la mañana, en un pasillo oscuro llevándolo a un callejón sin salida, se acomodó los lentes y se volteó espantado, para ver su silueta ahí y su sombra amenazadora.

—De veras lo siento, Señor Dor —dijo el hombre, tratando de conservar la calma—. No esperaba ofenderlo de esa manera.

—Pero lo hecho, hecho está, ¿cierto? —dijo el Señor Dor—. Llámame Simón, después de todo, fuimos amigos. ¿Quién te ayudó a conseguir el doctorado en Astrofísica? Debí ser yo.

El doctor en Astrofísica giró sus ojos nerviosos, y buscó entre la basura algo que pudiera resguardarlo, sin dejar de mirar la sombra gigantesca que le amenazaba, sin saber si ponerse más nervioso o relajarse, esta sombra no se acercaba a él, como pensaba que lo haría. Encontró lo que buscaba, un pedazo de vidrio que sería suficiente para defenderle. Sin dudarlo, recogió el vidrio y las manos le sangraron, pero lo mantuvo firme.

Cuando se giró hacia el Señor Dor, ya no había sombra a unos metros de distancia y gritó cuando sintió una caricia en su cuello.


Cómo sabrán todos ustedes, Simón Dor es uno de mis amigos que visito regularmente. Ayer lo fui a ver como a las tres o cuatro de la tarde. Me lo encontré comiendo una sopa y leyendo el diario, en su humilde mesita de cocina.

Me fijé que tenía una venda en una de las manos de alguna herida reciente, volteó a mirarme y luego miró la venda.

—No recuerdo como me lo hice… pero eso no importa, ¿gustas algo de sopa de letras?

—Claro… venía a platicarte de tu diario, no me has escrito nada últimamente.
Simón sonrió.

—He tenido cosas que hacer.

Me serví un poco de sopa de letras y cuando la probé noté que estaba exquisita. Miré el plato y dudé de mi cordura, empezaba a ver palabras como luna y velocidad de la luz al cuadrado.

Simón Dor pareció fijarse, como siempre.

—Es sopa de letras de doctorado en Astrofísica. Pruébala muchacho, puro conocimiento puro.