Eloy Buendía compró su primera contestadora de teléfonos y así se sintió orgulloso de su vida independiente, no sabía explicar el por qué. Solía pagar la renta de la luz, del teléfono y del gas a tiempo, aunque los primeros días tuvo pequeños retrasos. La renta del departamento nunca fue un problema, era de un cuarto y afortunadamente estaba lo más céntrica del centro posible.

La contestadora le daba orgullo, tal vez porque era el primer lujo que se daba… después vendría la computadora, muebles bonitos, un refrigerador más grande, tal vez hasta un bar.

Y dejó de ser un gusto después de recibir el primer mensaje. Una persona con el nombre de Gabriela Trino había intentado contactarle, tenía una voz suave y un poco infantil, pero agradable. Marcaba mucho las eses, como si fuera la serpiente que tentó a aquel hombre en el Edén, y arrastraba las palabras hasta donde se dejaba. Los mensajes eran varios que decían prácticamente lo mismo: “Comunícate conmigo lo másss pronto posible, bye”.

Los mensajes solían grabarse durante las horas de trabajo de Eloy y misteriosamente, también en las madrugadas. Eloy creía que dormía como un oso en hibernación, porque jamás escuchó el teléfono a esas horas. Se le ocurrió una idea, grabó un nuevo mensaje en la contestadora que decía así: “Hola, estás hablando al cincuentaiseis cincuentaiocho, once, once, por favor déjame tu mensaje. Si eres Gabriela Trino, por favor déjame tu número de teléfono para contactarme contigo”.

Asintió solemnemente y más tranquilo, dejó su casa para ir a trabajar. Al regresar, tuvo que soportar la voz de su mamá gastando más de veinticinco segundos de cinta, preguntándole quien era Gabriela Trino y cuando tendría oportunidad de conocerla. Decidió que le hablaría mañana para explicarle el asunto, no quería después que se corriera la voz en su familia que ya estaba usando el departamento para atrapar mujeres. Después, venía el mensaje de Trinito (le dio por minimizar su segundo de puro cariño): “Hola Eloy, graciass por el mensssaje que me dejassste, puedesss comunicarte conmigo a cualquier hora”.

Eloy esperó impaciente a que le dieran los números después, pero se dio cuenta que no había más del mensaje, pensó que podía ser culpa de su madre que había gastado cinta, borró los mensajes y lo primero que hizo, fue recordar a su progenitora y llamarle en seguida para contarle de Trinito.

 

El resultado del mensaje que había dejado en la contestadora, seguía siendo el mismo, Trinito no daba el número. Leyó las instrucciones de su contestadora y se enteró que tenía identificador de llamadas. Acto seguido: habló a la compañía de teléfonos para que le instalaran el servicio por una modesta cantidad al mes.

Luego se compraría su computadora, su hermana podría seguir prestándole la suya cuando la necesitara. Además, al menos para Eloy que era abogado burocrático, no parecía tan urgente conectarse al mundo… primero debía saber quién era Trinito.

Salió a trabajar, esperanzado de que el identificador haría su trabajo. Al regresar, registraba tres llamadas perdidas y dos mensajes en la contestadora. Casi se emocionó, el primer mensaje y la primera llamada del identificador, eran de su mamá, se los saltó nervioso.

Maldijo en voz alta cuando vio que el identificador registraba a Gabriela como número privado, el mensaje era el mismo de siempre: “Hola Eloy… traté de comunicarme contigo hoy, pero parece ssser un mal día porque no te encontré. Bessssitos, bye”.

Eloy se puso una mano en la frente después de escuchar el mensaje, se hizo su cena y trató de dormir. No lo hizo porque tal vez Trinito llamaría durante la madrugada, así le contestaría y resolvería el enigma de una vez por todas.

La idea no pareció tan mala porque sonó el teléfono a las tres cincuenta y dos de la mañana. Desafortunadamente, la contestadora entró antes de que Eloy pudiera reaccionar y no supo como desactivarla. Le gritó en el teléfono a Trinito que esperara y que no colgara en lo que averiguaba como desactivar la contestadora, pero ella pareció no escucharle, porque dejó el mensaje y colgó el teléfono después de hacerlo.

Esa noche al menos fue provechosa, porque Eloy fue por la caja de su contestadora y leyó el manual, durante lo que restaba de la madrugada.

 

Trinito jamás volvió a llamar de madrugada, por más que Eloy se desvelara, tomara café o negara el sopor del sueño. Llamó a la compañía de teléfonos para ver si había alguna forma de que le proporcionaran el teléfono de Gabriela, pero estos le ponían trabas, parecía ser que en el contrato del teléfono venía una cláusula que explicaba que no atendían casos de neurosis de sus clientes.

Eloy se resignó e intentó buscarla en el directorio de teléfono, había una Gabriela Trino en él y al hablar a ese teléfono, le decían que ella había muerto en un accidente hacía unos tres meses.

Al hacer cuentas, Eloy se dio cuenta que coincidía precisamente, con el día que compró la contestadora y sintió el sudor frío recorrerle el cuerpo. No estaba acostumbrado a comunicarse con los muertos y pensándolo bien, creo que nadie.

Decidió desconectar la contestadora y la guardó lo más tranquilo posible en su caja, como nueva, probablemente la regresaría mañana a la tienda. Mañana parecía ser un buen día.

El primer día sin contestadora pasó bien, Eloy todavía no recuperaba la compostura y no la recuperaría en un tiempo. El teléfono empezaba a sonar y le saltaba el corazón, respondía y le colgaban inmediatamente. Cada vez que caminaba cerca del teléfono, éste sonaba y la misma dosis, le colgaban al momento de contestar.

Decidió desconectar el teléfono, mañana parecía ser un buen día para cancelar la línea desde su trabajo, además, le molestaba que los trabajadores de la compañía de teléfonos, no tuvieran la decencia de aceptar la neurosis de sus clientes. Mal, mal, mal.

 

No regresó la contestadora y no canceló la línea, porque de todas formas, el ring del teléfono se acostumbró a seguirle por donde quiera que fuera. En el trabajo, cuando el caminaba cerca de un teléfono, sonaba y le colgaban. En la calle con los teléfonos públicos le sucedía lo mismo. Había veces en que se sentía orgulloso de haberse acostumbrado o al menos trataba de convencerse de ello, porque al escuchar un ring, le temblaban las manos.

Consideró varias opciones para enfrentarse a algo que desconocía y todas le sonaban absurdas. Las intentó de todas maneras. Se hizo una limpia con el señor esotérico que contestaba el teléfono en la Torre Latino, después, fue con un cura a confesarse y pedirle el favor de que echara agua bendita en su casa, también platicó con varios científicos de lo paranormal para que le dieran una explicación de lo que sucedía.

La maldición se extendió. El teléfono no dejaba de sonar a donde fuera y el fantasma de Trinito parecía modernizarse. Los restaurantes se convertían en una maldad porque sonaba o vibraba un celular tras de otro y las personas se quejaban de que nadie estuviera detrás de la línea.

Así, Eloy aprendió lo que ninguna de estas personas le enseñó: A los muertos que hablan por teléfono, hay que tomárselos en serio.

Sonrío cansado, fue por la caja de la contestadora y reconectó el teléfono. Inconscientemente, Eloy no volvería a sentirse orgulloso de los pequeños lujos que se daba por ser independiente.

 

El remedio temporal que le funcionó a Eloy, fue escuchar los dos o tres mensajes que Trino le dejaba diario. Después de la monotonía, le dio por borrarlos.

Los mensajes aumentaron progresivamente, de tres a seis, de seis a veintiséis y de veintiséis a cincuentaisiete. Ya no le sorprendía que la cinta diera abasto para tantos mensajes e incluso descubrió que si la retiraba, seguía apareciendo una cantidad exagerada de estos. Pasado un tiempo, le dio curiosidad por escuchar uno y después se lamentó de hacerlo, se agarró el pecho y volvió el sudor frío a molestarle.

El mensaje, decía así: “Querido Elotito, (a mi también ya me dio por darte un nombre cariñosssito), másss te vale que pongasss la cinta de nuevo, sssi no, no podrásss essscuchar el mensaje que te dejé, dejándote dicho el día en que iré a visssitarte persssonalmente… ¿o quieresss qué te caiga de sssorpresssita? Con cariño, Trinito”.

Eloy fue al baño a mirarse el rostro pálido. ¿Si a los muertos que hablan por teléfono hay que tomárselos en serio, qué actitud hay que tomar cuando sabes que te va a visitar uno?

 

Trino llegaría en tres días, según los mensajes en la contestadora. Eloy no dejaba de informarse por medio de ellos, prefería prepararse sssicológicamente (y se reprochaba que ya arrastrara las eses como Trinito) por el día que pronto llegaría. Un domingo y parecía ser que cualquier hora sería tan buena como cualquier otra.

Los nervios los tenía destrozados y el trabajo le servía para distraerse, aunque trataba de no quedarse más de lo que le exigía el horario, porque el teléfono se estaba acostumbrando a perseguirlo cuando no llegaba para escuchar los mensajes.

No podía sentirse orgulloso, porque jamás se acostumbraría.

 

El domingo, Eloy esperó sentado en la cama todo el día, se sirvió café y descubrió el maravilloso habito de fumar. Una cajetilla no bastó, ¿cómo se presentaría ella? ¿Tocaría la puerta? ¿Hablaría por teléfono antes de hacerlo? Se asomó por la ventana y el sol iluminaba alegremente los pocos árboles verdes que habían en la calle. Quissso relajarssse y las eses no lo dejaron.

Un mensaje en la contestadora sonó automáticamente, la voz de Trino cantó: “Deliciosssooo… ¡Hoy esss un buen día!”, segundos después, Eloy escuchó que tocaron la puerta. Caminó con las manos temblando, la ceniza de su cigarro consumido en la mano derecha se esparcía por la alfombra, pero no se comparaba a las manchas que dejaban las gotas de café derramándose por el temblor de su mano izquierda.
Puso el cigarro en el café para que se apagara y soltó la taza para no tener las manos ocupadas. Cuando abrió la puerta, Eloy murió de un ataque al corazón y se hubiera sentido estúpido: detrás de la puerta estaba su familia con un pastel que decía: “Feliz cumpleaños”. Aunque en su estado, hubiera sido común olvidar el día en que supuestamente lo trajeron a uno al mundo.

Su familia angustiada por tratar de salvar a Eloy, ignoró una risa infantil y coqueta que sonaba en la contestadora. Tal vez no había que tomarse tan en serio a los fantasmas que hablan por teléfono, ¿verdad?