Analizando el tiempo relacionándolo con el número de rostros que vemos, nos damos cuenta que el tiempo ha pasado rápido y en sí, abundante. ¿Por qué entonces se siente que pasa tan lento? ¿Han pensado, por ejemplo, en los cerillos de los supermercados? Un ejemplo sencillo y rápido… mi madre y yo nos vamos de compras cada segundo fin de semana, siempre que voy, trato de grabarme los rostros de los cerillos que miro guardando las bolsas o sentados en la banca esperando su turno… nunca he visto que sean los mismos y francamente, no he llegado a reconocer sus rostros.

Se vuelven como gotas de agua, las caras que has mirado… las gotas de agua que llueven. Todas son iguales y al mismo tiempo, no lo son… sus efectos son diferentes, las ondas que producen en los charcos o en un gran mar, como se tornan en rocío o en aguas negras, el agua que cae y que nadie mira caer, mas que sus otras compañeras que caen con ellas y probablemente se unan, hasta que se dividan por las ramas de un río al que fueron a dar.

Relacionando el tiempo así, me pregunto cuantas personas todavía recordarán mi rostro. Peor aún, las gotas que me han acompañado en otras etapas ¿se acordarán de mí todavía? ¿O habrán envejecido tanto como yo, qué he mirado tantos rostros y siento que el tiempo abundante fluye de manera inevitable…? Como en una cascada.