En el sueño le dieron las instrucciones específicas de como acabarlo todo. Sólo bastaba una sencilla fórmula, unas cuantas palabras y un poco de determinación. Eso le había dicho el demonio, ¿o era un ángel de alas negras? Trató de recordarle el rostro, y tan sólo podía dar con la mancha borrosa de un hombre (o tal vez era mujer), de voz seductora que le cantó las palabras y las instrucciones.
No fue el único sueño, fueron varios. Desde que nació los había tenido, sin embargo no les había encontrado sentido porque no lo había. No le veía sentido destruir el mundo, tampoco le miraba necesidad. Aún cuando el niño se convirtió en adulto y cambió las caricaturas por las noticias deprimentes. Después lo dejó su pareja de toda la vida y tuvo problemas en el trabajo. Aún así no había sentido, no había necesidad.
Surgió cuando se miró al espejo y no se reconoció. Trató de darse una explicación, ¿quién era el hombre que había ocupado el contrarreflejo y cuándo se había vuelto él, el reflejo? ¿o era viceversa? ¿o no era ninguno de los dos y se había convertido en el espectador de sí mismo? Tocaba el espejo (o tal vez no lo tocaba él, sino el otro) y su gemelo hacía lo mismo (tal vez era él y no su gemelo). Cuando él sonreía, el otro también. La expresión sombría se imitaba a la perfección y también la alegre. ¡Pero no era él! ¡No era él el que estaba en el espejo y tampoco era el que se miraba en él!
En sueños persiguió al ente borroso de sus sueños y le hizo caso. Tenía muchas fórmulas: con una recupero su estabilidad económica, con otra recuperó a su pareja y la tercera, la utilizó una para recuperar la paz en el mundo (la cual funcionó unos pocos días). Ninguna de las tres le ayudó a recuperarse, el tipo en el espejo y el tipo que se miraba al espejo, seguían siendo distintos a él y se sentía como un espectador desesperado y enmudecido por el control remoto.
Intentó lo indecible, tomó el espejo y lo dejó caer en el cuarto del baño. Éste se fragmentó. Desahuciado observó que el tipo del espejo y el que miraba el espejo se multiplicaron de manera infinita. Y estos salieron a las calles a romper más espejos y donde quiera que pudiera haber un reflejo y un contrarreflejo.
Esa noche, durmió mal y cuando logró hacerlo, le visitó el ente amorfo. En el sueño le dieron los pasos consecutivos que habría de seguir para terminar con todo. Era una fórmula muy sencilla, que constaba de dos versos y un poco de sentimiento en la voz. Eso le había dicho el ángel, ¿o era un demonio de alas dracónicas? Trató de recordarle el rostro, y tan sólo podía dar con la mancha borrosa de una mujer (o tal vez era hombre), de voz profunda y calmada que le susurró las palabras y las instrucciones.
No fue el único sueño, fueron varios. Cuando se gestaba en el vientre tuvo los primeros, sin embargo no les había encontrado uso práctico porque no lo había. No le veía caso destruir el mundo, tampoco le miraba lógica. Aún cuando el niño se convirtió en adulto y cambió las matinés de domingo por los periódicos matutinos. Después le abandonó su media naranja y tuvo problemas en la fábrica. Aún así no había caso, no había lógica.
Hasta que se miró al espejo y no se reconoció.