Del segundo día de clases, de nuestro común y corriente héroe, Don Fest de la Narvarte Oriente, y de los fechos fermosos que dello acontecieron.
Clase a las 9 A.M.
Demasiado temprano, para alguien que esta acostumbrado toda su vida a leer hasta la noche, a jugar en la noche, a escribir por noche, a mirar la noche y jalársela de noche (Demasiada información, ¡demasiada información! [Ummmmm, que rico]). So, me subí a acostarme temprano (1:40 y tantos AM, ya es de día). Como me cuesta dormir… ¡ME LA JALÉ! Nah, no… no es cierto. Continué mi relectura del Quijote. Terminé de leer la historia de Grisóstomo y Marcela. El discurso de Marcela, en el funeral de Grisóstomo, es sencillamente hermoso. La tercera vez que le leo y la tercera vez que me asombra. Curiosamente, mis dos lecturas anteriores no avanzaron de ahí. Parte se lo atribuyo a que era un niño cuando lo intenté leer y la otra se lo debo al respeto (entiéndase temor) que le tengo.
En mi tercera relectura, me la llevo más tranquila. Estoy agarrando el gusto de leer despacio y de preparar mi mente para un texto sustancioso. A veces le robo la voz al Señor Cervantes; leo en voz alta y descubro musicalidad. Asombroso. La soltura del lenguaje utilizado en el libro, como si estuviera vivo. Se desarrolla, se reproduce, así mismo constantemente. Esa es la impresión que me dio ayer en la noche. Impresiones vagas que no se como explicar.
Además, el Quijote sirve para otra cosa…
Me arrulla para dormir
La creencia general es que el Quijote era un loco que se inventaba las aventuras a medida que se paseaba por ahí y por allá, montado en Rocinante y detrás le seguía un pobre desgraciado, su fiel escudero, picaro y bonachón, llamado Sancho Panza. Eso es, en parte, cierto. Sin embargo, es un error simplificar el libro a ello (Simplificar mata, le roba la riqueza, el desarrollo. Prohibe la creación de un cuento sabrosón).
¿Cómo sabrán de Grisóstomo y Marcela, si no toman el libro y lo leen?
¿Cuándo conocerán al Barbero y al Cura, quemando los libros de aquel viejo, enjuto de carnes?
¿En algún lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme?
So, me metí a bañar… terminé. Me vestí… terminé. Sonó el teléfono: “Hola corazón”. Mi hermoso despertador (Pedro Infante en el fondo): Amorcito corazón. Besos. Bajé, me serví mi café e hice unos pendientes antes de salir. No debí. Salí de aquí a las 8:40 cuando la clase, según la hojita, estaba marcada a las 9:00. Pues caminé y caminé rápidamente hacia el Metro. Por fuera no se veía tan lleno y sin embargo, ya estando adentro, había centenares de “peatones” esperando su “orange limousine”.
–Bue, es Etiopía… no deben estar tan llenos los vagones. No todavía –vagas esperanzas de un tipo que se está reincorporando al ritmo citadino. Seguramente habrán escuchado el tango del Metro, si no es así, en alguna parte lo habrán leído. Pues ahí les va mi versión de los hechos y si no les gusta, se aguantan. Realidad extrema.
Esperando, con mi sombrero de fieltro, hice una reverencia a los señores que estaban a un lado y miré discretamente las vestimentas pegaditas de las damas. En precisos movimientos, ellos (y ellas) correspondieron las miradas con el debido juicio y habiendo terminado el saludo, esperamos a que el tango arrancara para nosotros bailar como es preciso. Pusimos nuestros pies sobre la línea amarilla, algunos tramposos más adelante, algunos astutos un poco más atrás. Y en cuanto llegó el señor naranja, esperamos la corneta para empezar a danzar.
¡Se abrieron las puertas!
Un caudal de gente, con sus vestimentas, olores (perfumes y odores), mochilas y cacles, relojes y portafolios, trajeados y albañileados. Salieron observándonos temerosos y en algún punto, triunfales. Ellos ya terminaban, nosotros íbamos a iniciar.
En resumen: Estaba bien lleno el hijo de su pinche madre. Salieron unos cuantos y se metieron unos cuantos más. Se me hacía tarde, así que apliqué un poco de presión: Empujé a dos señores vestidos de traje, que estaban guardando bastante espacio donde yo podía caber. Así que sin pena, sin empacho, extendí mis manitas y los empujé para que se acomodaran bien. Como sardinas enlatadas quedamos, 8:33.
–A huevo –pensé–, si vamos a ser sardinas, seámoslo bien.
A mi me tocó, creo que por primera vez, ser el que se arrima contra otro güey. Escuché sus comentarios quejosos con los del otro señor, pero como suele ser en esos casos… ya ni preste atención. Se me hacía tarde, era mi única opción. Se que no se sintió muy agusto, ¿pero cómo darle a todos gusto? Ya en la siguiente estación, el Metro se despejó un poco.
¡Ahora si, bájense bola de animales!
(Algún otro, me dirá eso a mi). Al terminar el momento Metro… bajé y caminé a mi salón, sin mayor complicación que uno que otro pantalón stretch y el sonido de los bisteces, que se fríen en la sartén.
La mayoría de los compañeritos, estudian en tercer semestre. So, en vez de sentirme intimidado como ayer, le vi el otro lado a la moneda. Encontré los patrones que se repiten, en un grupo y otro, encontré al pedante, encontré a la insegura, encontré a la emocionada, encontré al amigo incondicional del pedante. El vocabulario de las personas que ya quieren presumir letras, su cultura… pero que aún se sienten inseguros de aventarla (a excepción de nuestro amigo que utiliza un rico vocabulario aún para explicar algo sencillo).
La profesora preguntó nuestro nombre y si teníamos alguna noción de la música. Se alzaron pavorreales, patitos feos y cisnes, a su manera. Yo me suspiré, me cansé de la monotonía, de lo ceremonial del asunto. Cuando tocó mi turno, dije lo siguiente–: Mi nombre es Agustín Fest, estudio Letras Inglesas en el Semestre 4bis. 4bis porque el semestre anterior me lo tomé como sabático y cuando vi esta clase, pensé: “Muy bien, Literatura y Arte, suena bastante bien para refrescar y retornar a mi vida académica”. Además, que en lo personal, yo tengo dificultades para asociar la literatura con otras artes. Y de nociones musicales… si… mi mamá me compró un pianito fisher price y un librito con notitas musicales, esperando que yo fuera lo suficientemente autodidacta (Risas Pregrabadas, como diría: Axel). Evidentemente, se equivocó.
La clase terminó, la profesora hizo chistes con mi Fisher Price el resto de la clase (Incluso, podríamos formar un grupo). El pedante lo tomó para burlarse. A mi no me importó.
Ese fue mi día de clases.