Ayer no podía dormir, tan no podía dormir que me encontraba a las cinco de la mañana, aún pensando, bostezando, dando vueltas en la cama, creando telarañas invisibles con mis dedos, pensando, parpadeando a ver si así mi cuerpo se cansaba, pensando pendejadas. Si, eso hacía. Nada nuevo. El proceso para conciliar el sueño, hoy se valió de leer dos capítulos del Quijote, después bajar y ver una película, releer un poco algunos pendientes y subir de nuevo, a ver si eso me relajaba. Ni madres, o bien, en términos menos coloquiales: Sirvió para un carajo.

Pensaba en eso de “Vivir el momento”, en aquellas personas que lo dicen y lo repiten y tal vez, hasta lo viven. Es el consejo de los tiempos modernos, ese “Vivir el momento”, quédate con el presente hasta que te mueras y disfrútalo. ¿Se puede? ¿Hay gente contenta, viviendo continuamente el día a día, disfrutándolo, contemplándolo y aprovechándolo? Y en mis pensamientos, busco a las personas que lo han aconsejado o dicho y rara vez, hay una congruencia entre ambas cosas. Muchas veces, se vive el presente porque no hay de otra, porque hay que seguirle en la luchita. ¿Y mañana qué? Pues no importa mucho, no sabemos si mañana moriremos o si hoy en la noche se arruinan los planes de cinco años… así que bienvenido presente, eres nuestro consuelo.

¿Habrá gente que aprecie cada minuto de su existencia? ¿Qué se sonría –tiernamente– si alguna vez llega a leer mi ingenuidad? ¿Habrá gente que haya llegado a tal estado espiritual/mental que pueda enterrar un pasado y dejar al futuro, hacer y pasar? ¿Habrá gente que no se conforme con un: pues nomás vivir y ya, no hay de otra, luchita luchita? Ah, no lo sé. No sé si yo quiero ser uno de esos o si, de alguna manera curiosa, me he transformado ya en uno de esos. Tal vez de eso se trata vivir el día a día, de lo mucho que estoy pensando y el tiempo se me va, mientras estoy sentado, bebiéndome un café, mirando al frente, cumpliendo mis trámites karmáticos y legales.