Kayla se levanta en las noches muy frías y mira el lado vacío de la cama, es cuando Kayla lo extraña. Si la miraran como yo, entonces verían unas alas azules, unas alas llenas de tristeza, rencor y melancolía. Esas alas, esa aura es lo único vivo en Kayla cuando despierta en medio de la noche y mira ese vacío en la cama. Hace tantos años que se fue y hace tantos años que le prometió a Kayla regresar. Tantos años como sus kilos, como sus ojeras, como las canas y las estrías en su espalda. Es una viejecita dulce que gruñe demasiado cuando está sola, cuando observa durante largo rato la ausencia y la única promesa rota. Los primeros dolores, de hace años, vinieron cuando hizo un desayuno en vez de dos. Los segundos dolores, de hace muchísimos meses, fueron cuando discutió sola por el control remoto. Los terceros dolores, de incontables segundos, se presentaron cuando nadie respondió sus pensamientos en voz alta.
Muchos piensan que Kayla está loca porque ya no se maquilla, porque se contesta así misma cuando pregunta en el súper que quiere de cenar, porque finge marcar a su casa cuando está en el trabajo para saber si él esta bien, porque a cada momento mira el asiento del copiloto a doquiera que maneje. Pero no es cierto, Kayla está lejos de enloquecer. No hay mirada más cuerda en el mundo, a las tres de la mañana, mirando ese espacio vacío en el colchón. Y si miran a Kayla como yo, sabrán que mañana sus alas en vez de azules, se volverán naranjas y verdes… sabrán que mañana se despertará a medio día y se mirará al espejo, desempolvará el maquillaje y será la viejecita más hermosa del mundo. Tal vez, comprará tinte para el cabello y empezará una dieta que seguirá rigurosamente durante tres meses. Tal vez, Kayla por fin se anime a ir a aquella reunión de solteros de la que tanto le han hablado.
Kayla ayer estaba cuerda y mañana, enloquecerá.