Ese título ya lo había utilizado en algún post… si quisiera verme reflexivo, lo buscaría y haría una comparación entre lo que escribí en aquel entonces y lo que estoy escribiendo ahorita. Me tomaría un rato para hacer una comparación entre ambos textos, ambas anotaciones de blog, ambos experimentos li-te-ra-rios, ambos amasijos de letras y me preguntaría: ¿Por qué? ¿Qué cambió en aquel entonces y qué hay de nuevo ahorita? ¿Por qué utilizo el mismo título dos veces? ¿Qué me provoca el título de “La misma vida”, como para reciclarlo? ¿Este será una continuación del anterior, será un reflejo retorcido o será un valor agregado? ¿O tan sólo “es”, cómo la bolsa de la Belleza Americana? La verdad, no habrá manera de saberlo hasta que busque ese post y lo relea, hasta que acabe de terminar este y de click donde dice “Publish”. Y entonces, sólo entonces, haría un viaje reflexivo mamonoide(TM), tan mágico como el ratón patinando sobre hielo, pensando en por qué… por qué “La misma vida”, por qué “La misma puta vida”.
A huevo.
Me conseguí el juego de Los Sims 2 y lo he jugado como si me lo fueran a borrar mañana. El sábado en la noche, después de despedirme de mi novia (quien, afortunadamente, descansará un rato de los viajes y se quedará un rato en Villahermosa, para el deleite de todos aquellos quienes gustan leerla), lo instalé en esta maquinita donde ahorita les escribo y me prometí: “Nada más lo voy a instalar y jugaré un momentito para calarlo”. Creé un nuevo Sim, con atributos físicos parecidos a los míos, lo hice sagitario y le metí aspiraciones de conocimiento… Ahhh, es que no saben, el nuevo Sims tiene algo llamado “deseos” y conforme le cumples los caprichitos, les mejoras el ánimo y tanta madre y media, para que tengas una vida estable y feliz. Un sim con aspiraciones de conocimiento, quiere saber todo lo habido y por haber. Al principio es muy sencillo y después, se vuelve un suplicio tratar de llegar al nivel 20 de limpieza, sólo porque el tipo “quiere saber”…
Esa noche de sábado, si… si cale el jueguito. Lo cale hasta que el tipo se convirtió en Inventor de una empresa farmacéutica y se casó con la mujer de otro, quien por cierto, estaba embarazada. La mujer en sí, llamada Begoña por el sistema del juego, tenía aspiraciones familiares. Así que gustosa se casó conmigo para tener a nuestro bebito, (bueno… SU BEBITO). Dejé de jugar ese personaje cuando envejeció, porque eso es lo nuevo también… ahora los Sims en-ve-je-cen. Pasando una cantidad determinada de días, se hacen viejos y tienen la opción de jubilarse, y después, de morirse, para que sus hijos continúen la hermosa historia. Evidentemente… en la tarde del domingo, eso me molestó sobremanera y dejé de jugar el juego. Habré descansado unas horas… porque si, como dice mi novia, con esa mierda uno piensa como Sim. Uno piensa, debo ir al baño, y aparece una pinche barrita que dice “Vejiga”, con unas flechitas en fast forward…
Como no estaba muy satisfecho con ese personaje, en la noche del domingo me dediqué a hacer otro… pero no uno sólo, si no muchos, en un barrio propio que elegantemente, se llama Festilandia. Hice a la familia “Casting”, donde me divertí haciendo a todos mis compañeritos de trabajo. Hice a la familia Demonia, donde vive una Duducita. Hice una familia muy especial… oh si, de nueva cuenta, hice a las Putas, un grupo de ocho mujeres que se visten sensualmente y se pasean frente a mi casa, con sus hotpants y sus medias de red. E hice una nueva, a petición de los nanafílicos de la oficina, que se llama las Lolitas: puros sims mujeres adolescentes, con una niña, un chavo y una viejita. Claro, en estos juegos uno proyecta lo que no puede hacer en la realidad… eso nos queda clarísimo, ¿verdad?
So, hice a mi nuevo personaje, igual, con atributos físicos parecidos a los míos… le quité la madre esa de conocimiento porque es difícil (ojo, para aquellos que gusten de los retos en los jueguitos como los sims). Ahora le metí aspiraciones de fortuna y lo puse a trabajar de atleta (cuando acabe de explotar esa profesión, lo meteré de ratero y veré si hay alguna profesión de hacker, como en el Sims Deluxe). Este sim… funcionó como sedita, sus aspiraciones de dinero eran muy sencillas de cumplir, tan sencillas, que me hice de dinero rapidíto. So, el siguiente paso fue enamorar a, evidentemente, Duducita.
El personaje de Duducita lo creé con aspiraciones románticas… so, no fue difícil enamorarla… el problema es, jeje, que yo creí que este jueguito era tan o más fresa que el anterior. La cosa es que los españoles traducen como “aspiraciones románticas” lo que los gringos y mexicanos llamaríamos por igual: Nalga pronta, nalga fácil. So… el personaje de Duducita (sin ofender mi amor), quería a cada rato ñiqui ñiqui (así dice la traducción, yo digo: coger). Muy bien, muy bien… digo, para mi, mejor todavía, para mi sim, excelente… la cosa es que a veces los deseos de Duducita (porque cambian cada vez que los cumples o despiertas), incluían algo así como ñiqui ñiqui con tres personas distintas, o ñiqui ñiqui en público (lo cual, yo encantado, pero no sé como hacerlo todavía, digo… en Los Sims, creo que en la vida real tengo suficiente lógica como para agarrar a … este, en el pasado, claro… a la novia en turno y decirle, cogemos en el parque porque cogemos mi vida, claro, si ella está dispuesta… coño, que tema tan difícil). Después de ese paréntesis tan bochornoso, prosigo:
So, procuré cumplirle los deseos de ñiqui ñiqui a Duducita, excepto los demasiado exóticos. Me daba terror cada que aparecía el deseo de “Conocer a alguien nuevo”, porque… como funciona la lógica de deseos con “Los Sims”, es conocer a alguien, charlar con él, jugar con él, besarse con él, cogértelo y adiós a mi personaje de Duducita, y mi carrera de atleta se vería comprometida y… y…
Se me olvidaba decirles: el juego es adictivo.
Doña Maru ya no me cocina desde diciembre, porque Doña Maru traspasó su local de comida. Ella me ofreció que le llamara por teléfono cada que quisiera comer para invitarme a su casa y así me mantenía como cliente. Accedí, educadamente, sin embargo la realidad es otra: No he ido, porque me da pena. Perdí su teléfono en algún momento y si en algún momento lo recuperara, me daría pena ir con Doña Maru a su casa para comer. Se me hace como entrometerme en una vida familiar que no es mía, que no es de mi incumbencia. Algunas amistades así se hacen, supongo, de esas casualidades o de esa relación que empieza como laboral. No me caería mal una nueva amistad (pinche Sims)… pero aún así, no me sentiría cómodo. Ese teléfono esta perdido.
Este mes, ha involucrado una búsqueda por un nuevo espacio donde comer, rico y barato. Está el señor de los huaraches, aquí a unas cuadras y a otras tantas, está la cocina económica de Mary. Hasta el momento, Mary va ganando y los huaraches los mantendré como un antojo ocasional. Por treinta pesos como un poco menos que en Doña Maru, pero igual de rico y mucho más variado. La gente que atiende ahí, me ha tratado bien. El único inconveniente que le encuentro, es que siempre hay gente… mucha mucha gente. Si Lord McDonald aprendió con las hamburguesas, Mary ya aprendió a hacer de la cocina económica un fast food muy cabrón. Otro inconveniente: su agua de sabor es de Tang (yack), así que a veces, me gasto siete pesos más pidiendo una coca helada.
El agua de Tang no es una opción.
Meditaba… a raíz de mi lectura de José Agustín, y empalmándolo un poco con Arreola, que el vocabulario es necesario. El vocabulario y aprender a manejar los diálogos. Tener un buen oído, dice mi profesor Collin. Escuchar como habla la gente, de todo tipo, color y variedad. Aprender de ellos, adueñarse su lenguaje, utilizarlo como propio. Esto no necesariamente se pelea con un buen vocabulario, con las palabras mamucas o domingueras que luego utilizamos para escribir algo.
Entonces me vino a la mente Cortázar y las notas del escritor que escribía su rayuela, en Rayuela. Aquél escritor que pensaba en cómo sería mejor escribir que se bajaba una escalera. En cómo deseaba desaprender el lenguaje, para escribir de una manera más simple, ¿o era mejor una manera más explicativa? Algo así, no recuerdo bien mi lectura. Pensaba que eso es lo emocionante de ser escritor: utilizar el idioma como una herramienta para decir como se baja una escalera, de todas las maneras que sea posible.