I find it hard to tell you, I find it hard to… (darn), when people run in circles it’s a very very mad world…

¡Fellare!

La felación más dulce que he tenido (que no la mejor), fue en alguna tarde, con una mujer morena… ¿o apiñonada? Si bien tiendo a olvidar esos detallitos y creo que no fue en la tarde, fue en la noche, donde apenas le distinguía el rostro. Eso y su cabello esponjado y no sé porque tengo la impresión que era rojo. A la mejor la noche era su cabello, pero su rostro no se veía durante la felación, tan sólo se sentía la humedad de sus labios delgados. Y un juego con la lengua y creo, que hacía algo con las manos. Lo hizo durante bastante tiempo, el tiempo suficiente para sentir placer y ternura, mientras miraba ese mechón de cabello rojo moviéndose como una luciérnaga, arriba y abajo. La felación más dulce.

La cópula sin completar más frustrante que he tenido, fue en alguna tarde también, fue en alguna tarde amenazante de lluvia. Esa mujer era un experimento que trataba de convencer con palabras y tal vez, dos o tres besos, largos. No hice más allá, porque estaba jovencito, porque no sabía, exactamente, que más hacer. Ella dijo que no lo quería, en algún momento, y me di cuenta que no la había escuchado. Toda la tarde estuvo diciendo que no, y tal vez, parte de la mañana. Descubrí el lado animal que todos tenemos por obtener lo que deseamos. Me di cuenta de lo vulnerable que soy, igual que todos, en dejarme arrastrar por las hormonas. Y me dio gusto. Cuando acepté ese “no” como una derrota y acepté que estuve a unos cuantos minutos de hacer algo de lo que me arrepentiría después, le acompañé a su casa. De regreso acabé en un restaurante, comiendo un banana split.

La mejor mano que he tenido, fue la de una compañera de la universidad donde estudiaba antes. Yacíamos desnudos y mientras me observaba, comenzó a jugar. Habló del placer, del fugaz instante, de lo mucho que tardaba en llegar el orgasmo y cuando lo hacía, era un momento tan breve. El placer breve. Todo esto lo hacía mientras movía su mano y me miraba, sonreía coqueteándome, a mi, y a mi pene, sus ojos brillaban. No recuerdo una mano más precisa que la de ella. Sabía lo que estaba haciendo, a que velocidad, que tanto apretar, como llevarlo y no tuve que decirle absolutamente nada. He llegado a pensar que fue mejor, incluso, que mi propia mano. Desde entonces, masturbarse no es tan rico y que lo hagan tampoco, porque nadie la ha superado.