Lo malo de conocer la existencia de un secreto, es que el ánimo de investigarlo me hace intercambiar otros secretos por el que busco y así. Te conviertes en algo como un detective privado, que no conoce detalles tan turbios como un asesino, pero turbios, al fin y al cabo. Cosas que no se pueden destapar en un blog, por ejemplo, ya que, eventualmente, todos los caminos te llevan a él. Lo que yo escriba aquí de menganito o fulanito, en determinado momento, sabrá que lo hice y sabrá que su secreto está en manos de gente que no tiene nada que ver, que está expuesto aunque no por las personas que él esperaba. Es uno de los motivos más banales por el que no escondo nada y procuro ser lo más honesto y congruente posible: No me gustaría encontrar mis secretos develados, no me gustaría que alguien tuviera el poder de exponerme en cualquier momento, incluyendo mi propia jefa o mi novia o mi hermano….

Disfruto enormemente saber cosas que nadie más sabe. Sea porque me da una retorcida ventaja sobre un segundo o porque soy igual de morboso que muchos seres humanos andantes. Quien sabe.

Retomé mi lectura del Quijote. No sé porque razón lo había abandonado, si ya estaba a punto de terminarlo. Ayer nos dormimos con una carta que le escribe Sancho a Quijote, quejándose del hambre que tiene por culpa del gobierno de su ínsula. No cabe duda, a mi siempre se me inculcó la idea de que el Quijote era el pesado de la literatura universal y siempre que quería leerlo, pensaba que debía hacerlo como una persona seria, dispuesta a prestarle atención en todo sentido, porque vaya… es La Novela, es El Quijote de la Mancha, es de Cervantes. Fue toda una sorpresa para mi leerlo y que me sacara sonrisa tras risa tras carcajada. Hace un poco de daño la publicidad de 400 años que lleva encima, digo, para el lector nuevo. Estaré leyéndole esta semana, en lo que me animo a leer Orlando (Virginia Woolf).