Me acuerdo cuando estaba acostado en la cama y te miraba, mientras te ponías el vestido. Un vestido suelto, flojo, largo hasta donde se detenía mi mirada en tus piernas. Me acuerdo que estaba acostado en la cama, como un hombre flojo, el sudor abriendo camino en mis poros y tú estabas ahí, con el cabello húmedo y un cepillo arruinaba el camino de las hormigas en tu cabello. Es un día de hoy, es un domingo, donde el cielo esta nublado y las persianas permiten entrar un poco de luz, y tu vestido, tus piernas blancas y tu pecho enrojecido por el calor. Flojo, mirándote como un espejismo, cinco kilos de sudor, pulsación aguda en alguna parte de la nuca –insolación–, las gotas en mis pestañas cerraban mis párpados. Gotas de sudor aumentando el contraste, opacidad setenta en el photoshop, te confundías con las paredes blancas, amarillándose por el sol, derritiéndose como esperma que se desvanece en la piel. Niebla.