Lo peor que podías hacer en una fiesta, que recuerde en mi etapa de desmadre (universitario [en sistemas]), era coger (chingar, joder, follar, fornicar) con alguna morra… fuera una mamadita, una manuelita o un buen follón. Me acordé, no sé porque motivo… pero me acordé de a un cabrón que le decíamos el Gansito (por la sonrisa y la cara [para los non-mexicanos, es un pastelito con el dibujo de un gansito en la envoltura y en los comerciales decía–: Recuérdame]) y como nos sonreía desde su coche, nos señalaba –traviesamente– con una mano hacia abajo, y un cuate, llamado Sócrates, se asomó por la ventana. Él atestiguó que miró una masa de cabello moviéndose arriba y abajo. La chava quedó marcada y el alcohol, con algo de machismo, como no, nos obligó a reírnos de la situación. Igual le pasó a un cuate llamado Aldo, de ella me acuerdo que tenía buena pierna y unos dientes demasiado grandes. Lo malo es que compartíamos universidad así que, si sucedía algo, eras perseguido, clasificado y etiquetado… mientras que las mujeres nos tildaban de patanes, nosotros las tildábamos de fáciles. En los hombres, existía el lado de los escapistas (la mayoría), aquellos que obtenían lo que querían y desaparecían después del acto, se reincorporaban a la fiesta como si nada, mientras que una mujer les miraba con ojos asesinos y su lengua despedía fuego cuando hablaba con sus amigas… el otro lado, eran los que asumían su responsabilidad hasta que terminara la fiesta. Así que fungían el papel de relación recién adquirida (manitas bien sudadas y besitos con años de precedencia), hasta que estuvieran lo suficientemente sobrios para decirle a ella–: Es que fueron las chelas.

Y pues si mi vida… fueron las chelas.

Así que chamacos, y chamacas, evítense esas situaciones incómodas…