El bar de July es uno que abrió hace dos o tres siglos, en algún lugar de la Ciudad de Jaramillo.

Estoy cansado.

El episodio del perro, de hace unos días… fue tan extraño. Al siguiente día, el perro ya no estaba ahí. Le pregunté a Bob, porque si durmió en la azotea (jeje), que qué le había pasado y él sencillamente se limpió un diente con una espina. Lo que restó de la tarde me miró con la frente fruncida y unas ojeras que le hacían verse siniestro. No me dirigió la palabra, hasta que llegó el lunes y me ladró un–: Buenos días, cabrón, a ver si ya me bajas a la puta sala de edición.

¿Control mental? no lo creo, más bien persuasión, unas espinas bien afiladas y clorofila mutante que puede digerir carne.

Estoy empezando un nuevo escrito, como me encanta empezarlos… sólo que esta vez, estoy empezándolo con algo que si conozco. Después de todo, sólo se puede escribir de lo que uno conoce y siento que conozco Jaramillo como la palma de mi mano. Es mi pueblo ficticio. Es el resultado de Santa María, de Macondo, de un Mundo Río, de la necesidad de crear un universo de ficción que pueda manejar a mi antojo. Este escrito no lo pasaré al blog porque puede morir en cualquier momento, pero hoy escribí una página y me di mis palmaditas en la espalda. Espero mañana escribir dos.

Esto ya lo escribí en algún momento, pero me gusta recordarlo… Padre Taxi lo escribí en dos meses, alrededor de ciento cuarenta páginas, de días de desvelo, de fumar cigarrillos en la madrugada y caminar en el baño, porque a mi madre le despertaba el humo del cigarro. Padre Taxi me encantó porque me recordó mis clases de actuación, cuando se me iba el hilo de lo que quería escribir me acordaba de la palabra–: Improvisación. Y así continuaba hilando la historia, improvisando, sin ser trillado… y cuando terminaba la frase improvisada, de repente ya tenía hilo de nuevo, ya tenía continuidad. Extraño esos momentos de tomar café a las diez de la mañana (sin haber dormido nada) e imaginarme como Matías Elizondo, un completo inútil en esa historia, un testigo que la escribiría más tarde. Esta nueva historia la escribe él, con el nombre de Simón Dor, porque es el nombre que adquiriría más tarde para huir de Jaramillo y regresar a él, morir en él.

Ricko, un compa de trabajo, un compa de armas y un estilo hermano, me ayudó a cambiar a Bob de casa. Ahora se encuentra en una pecera, donde unas piedritas chulas adornan su entorno. Creo que le eché demasiada agua el sábado, tengo miedo de que se ahogue. Me acordé–: Ya había tenido un cacto, de niño. Lo cuidaba junto a mi abuela cuando iba con ella al puesto de zapatos. Creo que así lo matamos, ahogándolo. Era un cacto poca madre, de un azul verdoso, espinitas pequeñas y tenía personalidad. Una personalidad que le habrá durado un mes antes de que muriera ahogado. Creo que lloré cuando murió, es otro de esos recuerdos que se van desvaneciendo… otro más de tantos.

En música he estado escuchando a Gorillaz, Demon Days. Estoy encantado con ese disco.