Existe un árbol con tres mil quinientos años de vida. Si alguna vez pasean por el desierto del Sinaí, pueden buscarlo, tomarle una foto y platicarme que tan grande está. Caro me hizo favor de regalarme la noticia y me agradó, me hizo imaginar. Platiqué de ese árbol el sábado, cuando fui con mi familia a tomarme un café y comer algo ligero. Mi tío Daniel también la había leído, y mientras mi hermano respondió un–: ¿Y qué? De esos que suelen responder los chamacos imberbes, mi tío respondió–: Pues el árbol tenía mil quinientos años cuando nació Cristo. Y es cierto, uno quisiera que el árbol contara todas las historias habidas y por haber, uno desea que el árbol pudiera adquirir una voz para contarnos milenios de historias. ¿Y si ese es el secreto de su longevidad? El árbol de los tres mil quinientos años ha vivido siempre en un desierto, tal vez recogiendo ecos sonoros, empujados inevitablemente, por el tiempo. La gente que ha sido testigo del árbol, tal vez le habrá puesto uno o dos nombres y esa gente se multiplica por el tiempo. ¿Y al árbol le importa? No lo creo, esta recluido en silencio, viviendo tranquilamente, sin veneno-toxinas-parásitos que le corroan la corteza y el alma. Y, por alguna misteriosa razón, sabe que en el momento que obtenga una boca, todo eso terminará y empezará su muerte.
Tengo una lectora que me imagino es como Linda Blair cuando esta poseída. Por momentos es una persona normal y por momentos, empieza a proferir vulgaridades y agresiones. Nomás por joder, por buscar que me desespere. Inventa situaciones hipotéticas y me hace preguntas a partir de ello, para tratar de enfrascarme en acusaciones absurdas y tratar de etiquetarme con discriminación o racismo. ¿Suena desesperante? Si, si suena… pero a mí me causa mucha curiosidad. Cada que platico con ella, me pregunto: “¿Por qué?”, me pregunto: “¿Quién será realmente?” y entonces, caigo en un juego de fascinación, de buscar algo de verdad entre las mentiras (como si fuera posible). Cualquier persona en su sano juicio, ya habría bloqueado o borrado al contacto de su lista. Sobre todo yo, que me desespero fácilmente con la gente.
Sin embargo, hay otro punto en el juego. Una vez, en un momento de honestidad, me preguntó si me acordaba de ella y eso disparó una serie de búsqueda en mis archivos mentales.
–Hace dos años, entré a tu blog y te agregué a mi lista de contactos. Te hice algunas preguntas sobre literatura, pero tú me mandaste a la chingada.
Como ya he dicho muchas veces, en ese tiempo traía muchas cosas en la cabeza y era más el número de chavitos, como yo, que me buscaban para preguntarme acerca de literatura y para pedirme que les revisara sus textos, su poesía. A veces, les daba una pista o les daba una modesta opinión, especificando que yo no era ningún literato titulado y que, verdaderamente, no me sentía capaz de darles una opinión concreta. Muchas más, lo que hacía era leer los correos y me olvidaba de ellos, porque estaba ocupado, no por grosería (mala onda), sino porque siempre mi mente esta en varias cosas a la vez y esta suele olvidar facilmente. Otras veces, no les respondía o les pedía que dejaran de insistir, sencillamente porque estaba muy ocupado con el trabajo o tratando de escribir por mi cuenta, sin sentirme mediocre. Agréguenle a eso soberbia y orgullo.
A ella le tocó la última, no recuerdo en qué nivel… pero su espera de dos años para reanudar una conversación conmigo, me dice que fui muy cruel. Y dos años después, me agrega a su messenger y ahí estoy, platicando con ella, buscando la verdad en las mentiras, probablemente sólo dice verdades y yo, sencillamente, desconfío. Cabe la posibilidad de que en el momento que le recuerde, deje de platicar con ella.
No olviden: Karma Puntos.