Los perros pelean en una cama a mi izquierda, no sé si exáctamente pelean, pero se la pasan sometiéndose unos a otros mientras gruñen, barurrr, y enseñan sus dientes, barurrr. A mi derecha hay una ventana y un sol, que hacía unas horas era inclemente, se esconde lentamente entre nubes. Hace un aire agradable, pero aún no me animo a pasear en esta ciudad poco reconocida. Tal vez porque las distancias son grandes, aún grandes, y no estoy seguro del número que me llevará de vuelta a este lugar. Siempre es posible tomar un taxi, pero mis ínfulas de citadino no me permiten subirme a un coche donde los números estan subiendo (nunca bajando) y me indican el costo de la caminata.

Todavía la gente me pregunta porque dejé el casting, algunos creo que me miraban como el amargadito, casi burocrático, que se va alivianando con los años. Tan había olvidado mi edad, que los demás la olvidaron conmigo. Mientras tanto, barurrr, leo por ahí, en comentarios ajenos a este espacio, que formo parte de una lista de gente que “en la vida real no son nadie”. ¿Y soy alguien en esta vida virtual? ¿Y quién si es alguien? Finalmente, eres quien los demás creen, y eres quien tú crees ser, y más adentro, eres quien eres, aunque lo niegues y tan eres ese alguien, que los demás lo saben y contribuyen al destino, para que sigas siendo quien crees y quien eres realmente, aunque lo niegues o huyas o lo olvides o trabajes para distraerlo (ese trabajo que también eres tú, y esa familia que también eres tú, y esos hobbies que también son tú). A algunos les costará trabajo reconocerlo, al ego le costará trabajo reconocerlo, pero eventualmente lo hace, eso espero. Es uno de esos, barurrr, viajes que deben cumplirse y entre más pronto mejor, hace de los días algo más llevadero.

Pues eres, y ya, barurrr. No hay de otra y tejones.

Hace un rato compré una coca cola y una cajetilla de cigarros. Me gusta, sin aviso alguno, toparme con los espacios a mi derecha o a mi izquierda, porque aún son grandes, como el tiempo, porque hay yerba como de pueblo que se transforma en ciudad y la yerba continua moviéndose con la brisa. Ayer, en el camión, pensaba en los hijos que no tengo. Quiero tanto a Sol María que pensaba en nuestros hijos y fue así durante tanto tiempo. Desde que tengo los sueños lúcidos, en sucesión de símbolos, también he pensado que sería de mi envejeciendo solo, barurrr. No recuerdo a quien le dije–: Mira, aún si me quedara yo solo, vería como abrir un orfanato, porque me gustaría que algún niño escuchara mis burradas de anciano.

En esta casa no existen los ceniceros, así que he tomado un pequeño trasto de vidrio, barurrr, y le he puesto un poco de agua. En una serie de comics (Tierra X), notas de Alex Ross, escrito por Jim Krueger, se habla de estados de mutación, mutantes como Wolverine, como Franklin Richards, como Storm, como toda la humanidad que mutó en la historia. Hay tres estados de mutación, dice Ross o Krueger, el primero es el poder básico, el de regeneración de células a un nivel sobrehumano, el de encender el cuerpo en llamas sin aviso, el sentido arácnido y los reflejos proporcionales. El segundo estado de mutación es el que se me hizo más interesante, barurrr y que tiene que ver con el párrafo anterior. Las habilidades del primer estado de mutación (quien eres), evolucionarán al segundo estado para servir a una consciencia ajena (quien creen que eres). Es así, por ejemplo, que Franklin Richards se transforma en Galactus, porque Reed Richards, su propio padre, cree que él lo es, y lo obliga a ser así. No puede hacerlo dudar un momento, hablándole del pasado, porque es esencial para detener a los malos de la historia. Sacrifica la individualidad de su hijo para salvar la de todos los demás barurrr. Claro, para llegar al segundo estado de mutación, así como para llegar al primero, se necesitan cientos o miles de años. He mutado al trasto de vidrio en un cenicero y los niños del orfanato, se han convertido en mis hijos.

Debe ser doloroso para un padre sacrificar la individualidad de su hijo.

Internet debe ser nuestro segundo estado de evolución, nuestro salto o nuestro pequeño atajo. Cuando antes sólo eran unos pocos los que lograban la imagen pública, de proyectarse mundialmente y ser lo que todos queremos que sean, ahora ya cualquiera puede publicar en un blog, o dejar notas en un foro, o tomarse fotos y tener una cuenta de flickr, o inventarse algún mail nuevo para chatear por el messenger, o bajarse el Mirc para conocer gente en irc. Y con ello, pues, inventan una nueva personalidad, o proyectan lo que desean ser, lo que todos deseamos ser. Cualquiera puede reconstruírse y procurarse, con un buen trabajo de ficción, un séquito de seguidores, pequeño o grandotote, que lo hará convertirse en lo que desea ser, en lo que deseamos que sea. Es un sacrificio de su individualidad para exponerla, tal vez. Barurrr. Todo esto lo pienso mientras navego en Big Blogger y observo como de un panfleto cristiano, se ha convertido en Sodoma y Gomorra. Mientras miro otra parte de mi personalidad, expuesta en el nuevo artículo que escribí para Ociotakus.

Esto no puedo ligarlo a la teoría de la singularidad ¿formará parte? ¿O es otra manera de decirlo? El fin de semana que fui a comer con mis tíos, uno de ellos me estuvo platicando de ello y en México el panorama no es… bonito. La teoría de la singularidad, como yo lo entendí, es el cálculo o la teorización de los avances tecnológicos, y no piensen solamente en computadoras, también en biotecnología, química, cultura, húmanos genéticamente mejorados, inteligencia artificial que asemeje el pensamiento del hombre. Hay una gran carrera entre gente que descubre, constantemente, los siguientes pasos y que no solamente los descubre, sino que tiene el presupuesto para implementarlos. Estamos en medio de una era de cambios que pueden tardar cinco o treinta años. Mis hijos, si tengo suerte, serán lo que deseo: Cerebrotes con la capacidad de conquistar el mundo y Khan the Conqueror se queda pendejo.

Queda el consuelo que necesitarán humanistas, para recordar los valores morales de una civilización, para encontrar nuevos patrones de belleza, para enseñarlos a contemplar en medio de tanto trabajo, para modificar la percepción de sus miembros cibernéticos o de su primera mutación, barurrr.