Cuando abrí los ojos, Eva todavía estaba ahí, usando una de mis camisas como única ropa. No había tenido sexo con ella, o no lo recordaba, no sé cuánto había bebido. Cuando abrí los ojos, busqué mis lentes pero no los encontré, vi el borrón de Eva con una taza de té, sentada en el sillón conmigo, mis piernas en las suyas, su otra mano sostenía lo que parecía un cuaderno. Si mis instintos no me engañaban, era uno de los diarios que contenían lo más sorprendente en mi vida, lo más inesperado. Leer más.