Bob ha dormido una cantidad indecente de tiempo, cerró los ojos y kapuff, es como si hubiera desaparecido de este universo. Ni siquiera, ha medio despertado para decirme que se sentirá muy solo el día que no esté, o insistirme que él era el hijo, no el gordo con el puro. Si bien me preocupa que duerma tanto, tal vez era justo y necesario, tal vez necesitaba pensar muchas cosas, o digerir perfectamente al último mocoso que se tragó le costó tanto que ahora debe reponerlo todo. Pero me ha dado una ansiedad creciente platicar con mi cactaceo amigo [Bob], uno de los pocos que me entiende o tal vez, uno de los pocos que me puede dar la vuelta en una plática porque él y yo si tenemos algo de que platicar… creo. Estaba esperando que después de un año, o casi un año, hubiera crecido una modesta cantidad de centímetros, pero ni eso, sigue siendo un cacto enano. ¿O será porque soy su tutor que aún lo veo como un pequeñajo? Para remediar eso, su enanez, en vez de aceptarlo tal cual es, he optado por sacarlo al sol o ponerlo cerca de la ventana de día. Y de noche, lo llevo conmigo hacia el monitor y platico en voz alta con él, aunque no me responda, o bien, nos quedamos callados y escuchamos música en lo que navegamos. En las tardes es que lo llevo conmigo en mis paseos por la Unidad y nos sentamos en el anfiteatro, donde nos mece una brisa y sólo nos interrumpe, si acaso prestamos atención, el claxon de una fila interminable de coches en la avenida… coches que se acumulan por las obras que están haciendo en Avenida Observatorio. Pero nada de ello, de los paseos, de la música, el sentido común, la invasión extraterrestre o de las pláticas lo ha despertado.
–¿Ese es Bob? –me preguntó alguna vez mi hermano, cuando lo vio en la oficina. Y más tarde repitió la pregunta cuando lo traje a casa. Le respondí afirmativamente y se le quedó mirando, escrutándolo, en ambas ocasiones. Supongo que esperaba a que hablara o que se comiera un niño, o un gato (porque los perros le causan indigestión). Y yo también me le quedé mirando con él, tuve que decirle que sus pláticas eran un invento, que en verdad no habían sucedido, que Bob había sido mi pequeña esquizofrenia cuando me estuve muriendo de hambre y de falta de nicotina. No supe como explicarle que solamente estaba dormido. O en coma. Tal vez ofendí al cacto cuando dije eso, pero las pocas veces que ha despertado para acompañarme, no me había dicho nada al respecto. Tal vez me entendía o tal vez se sentía muy solo porque no estaba. No lo sé. Pero esta vez, definitivamente, el pobre no ha despertado y me preocupa un poco. Fue así que recordé que uno de los pasatiempos de Bob eran las rubias. Navegué por internet con Bob a mi lado mientras resoplaba ronquidos entre sus espinas. Me dediqué a buscar rubias vulgares, de tetas grandes y pequeñas, rubias falsas, de minifalda, con collares de Mardi Grass y se las enseñaba, hacía comentarios vulgares esperando que estuviera de acuerdo conmigo o que los negara rotundamente. Incluso me animé a bajar videos de distintos tamaños, de distintos tipos, amateur o con una producción de miles de dólares, con música o con sonido original. Al ver que lo vulgar no funcionaba, buscamos europeas y/o mujeres auto-artistas y nada de ello funcionó.
Un último intento y ya, me dije, antes de dormir–: Mira, mira… es Indigoblonde, mírala, te gustará.
Pero el cacto [Bob], no respondió.