No tengo nicotina… nop. Ya no tengo nicotina. Estoy a punto de un colapso nervioso. Me tiemblan las manos y un ojo esta saltándome de la cuenca. Se me están dilatando las pupilas y los orificios nasales. Baja la cerilla, sploosh, y siento una incomodad en la oreja que erradico de inmediato con un dedazo. Me humedezco los labios y empieza como un escalofrío para convertirse en un terrible dolor de espalda. Ya no hay nicotina en esta casa. Los pies cimbran el suelo, por la ansiedad de los pataleos, puedo sentir el crecimiento de mis propias uñas; veo cerillos, un periódico y nuez moscada y pienso, tan sólo pienso, que esa puede ser la solución a mis problemas. ¿Dónde esta mi parche? ¿Dónde ha quedado mi goma de mascar? Entonces se me ha ocurrido la idea más loca: El gobierno debería subsidiar la nicotina. A los soldados les daban sus cajetillas de cigarros. ¿Por qué a mi no? ¿Necesito ser soldado para eso? Debí haberme comprado varios fliptops antes de renunciar a Casting. Eso debí haber hecho, atiborrar mis muros de fliptops. Pero… nah. Sólo quiero un cigarro… mi reino por un cigarro.
…
Tuve un sueño marista, ¡Sephiroth! Ajem, ¿eh? Decía: Tuve un sueño marista, con algo de dominico, porque en el sueño usaba mi uniforme de secundaria. Era un suéter rojo oscuro y un pantalón gris. Ambos hechos a mano, entre mi abuela y mi madre (decían que era más barato, y decían que no tenían que pelear con uniformes de mala calidad). Sin embargo, estaba iniciando clases en el Centro Universitario México y todos tenían uniforme, igualito al mío. Por el uniforme pensaba que éramos ridículos, y también por la edad, porque tenía la impresión que todos teníamos veintitantos años y prendía un cigarrillo, fuera de que quiero uno (desesperadamente), mientras miraba a los compañeros y sólo podía pensar que estaba recursando la preparatoria. Que yo no necesitaba recursar o revivir, que eso ya había pasado, sin embargo, mi mente no decidía si renegar o si aceptarlo dócilmente. Estaba en preparatoria de nuevo y tendría la oportunidad de disfrutarla mejor. Algo así pensé.
Me metí a clases y a varias reuniones sociales, jugué dominó, tomé refresco de jarabe, había una cafetería grandísima y chavitas, igual en uniforme, por doquier. Vi caras de verdaderos compañeros en la preparatoria que creí haber olvidado. Las caras de cabrones que abandonaron la escuela el primer año. Los más huevones, los menos comprometidos, los que no tenían un poco de decencia por aprovechar que les estaban pagando, los que no creían en la educación, los que preferían agarrarse a madrazos. Los idiotas. Siempre creí que sólo los idiotas podían abandonar la preparatoria y se formaban historias y señalábamos escuelas que para nosotros, no tenían otro nombre que: ¨Donde van los rechazados del CUM¨, ¨Donde van los corridos del CUM¨. Entre amigos, hablábamos de los abandonados, de los chavitos cuyos papás tenían varo y esperaban que la escuela fuera su niñera y su embarradita de valores. A diferencia de varios, que durante años habían seguido la educación marista, yo la empecé en la preparatoria y algo que entendí, casi inmediatamente, es que era una vergüenza que te expulsaran.
Era una vergüenza difícil de definir. Lo mejor que se me ocurre es que el expulsado era como el samurai que se quedaba sin señor. El honor y la honestidad eran importantes. Si te expulsaban de ahí, era fácil intuir que no eras ni honorable, ni honesto. Varios profesores te lo dejaban bien claro: “Solamente, una oportunidad y es la de ahorita”. Cuando expulsaban a uno del CUM, solamente podía pensar que clase de padres tendría. Qué pensarían sus padres de él y como lo amonestarían. Cuánto lo habrían defraudado. Ahora, pienso que es un poquito exagerado eso, y entiendo que es demasiada presión para un escuincle. Pero en ese momento, para mí eran vitales esos pensamientos, para mí tenían una importancia sagrada. Yo quería ser un buen samurai. Y de eso se encargó aquella escuela en su momento, de moldear y de pulir esa parte de mi.
Fue un sueño agradable, hasta eso.