Desde hace años, tengo el pensamiento obsesivo del “Terrón de Azúcar”. Cuando leí Rayuela por primera vez, fue un libro que me afectó muchísimo. Después lo leí una segunda y su efecto estuvo más diluido, no me atreví a llorar por Oliveira, incluso me dio flojera releerlo. En la tercera vez que lo releí, recorrí los capítulos a mi gusto, como sugería el autor del libro. En los años, Rayuela se convirtió en una presencia, una sombra, como tantos otros libros que me acompañan. Como los cuentos de Azazel, de Asimov o como El espejo en el espejo, de Ende. Pero, ¿qué es lo del terrón de azúcar? Hay un capítulo en Rayuela donde un cubito de azúcar se le cae de las manos y Oliveira, piensa obsesivamente que si alguna cosa se le cae, debe recogerla inmediatamente o algo terrible le sucederá a algún conocido que coincida en su nombre con la primera letra del objeto que se le cayó. Y después pensé que era un Terrón de azúcar, y más tarde me encontré con Talita y con Traveler, y desde entonces pienso en el Terrón de Azúcar que se le cayó, y lo que sucede con ambos personajes casi al final del libro. ¿Habrá sido una mera coincidencia o estoy interpretando demasiado el texto?

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Aunque los años han pasado, y me ha domado un poco lo que es el mundo de verdad, en Meshico City, aún poseo la noción de que fueron una serie de detalles los que nos reunieron, amor. Coincidencias inverosímiles que se amontonaron para crear un contexto del que no podemos escapar, un contexto que indica una cierta predestinación. Hoy vi una película de eso y pienso que, aunque puede ser triste y fatídico que estamos destinados a un amor, a un alma gemela que vive para encontrarnos y llegues a pensar: ¿y pa qué me levanto de la cama, si de todas maneras lo encontraré? ¿O para qué continuo decidiendo, si de todas maneras estamos destinados? Es cierto que es bonito y cursi, y es cansado vivir amargado y previniendo cada detalle. Y cada que discutimos o que me pongo neurótico como hoy, porque las cosas no siempre pasan como yo quiero y se amontona un coraje de lo más humano, recuerdo los detalles que se apilaron para reunirnos, detalles que fueron creados por la vida, por el destino y por nuestras ansias de poseernos mutuamente. Es entonces que se me olvida el enojo, el berrinche hiriente, como buen agnóstico rezo una pequeña oración a mi manera y abandono el deseo de poseer todas las respuestas, de encontrar el oráculo que me diga del futuro.

Trato de vivir, día a día, esperando que algún día nos seamos suficientes.