La cucaracha murió el jueves, veinte de abril, del año en curso (2006). No la maté yo, y no la mató mi hermano. No. Pero si la mató un zapato, específicamente, el de uno de mis tíos. Y yo que estuve otros dos días preocupándome porque apareciera, pero no me enteré de su muerte hasta que comenté su presencia, mientras preparábamos la cena y lavaba unos trastes que quedaron en la pileta.
–Hay que lavar dos o tres veces todo. No hay que reutilizar vasos, ni sartenes… porque una cucaracha ha estado rondando la mesa, y las dos veces que intenté matarla… más bien, que mi hermano intentó matarla porque a mi me dan terror esas chingaderas, se escapó entre las cajas.
–¿Era acaso –preguntó mi tío Angel–, una cucaracha como del tamaño de tu pulgar?
–Y si no de mi pulgar, si del tuyo mi estimado tío.
–Pues, a no ser que haya sido su hermana, ayer la maté. Cuando llegué a la casa de madrugada, me metí directo a mi habitación, prendí la luz y casi la encontré a la altura de mis ojos, moviendo las antenitas, fue entonces que recogí mi divinal zapato y le metí un putazo que la tiró muchísimos kilómetros al averno. Estaba enorme, del tamaño de mi pulgar, y si no del tamaño de mi pulgar, si del tuyo.
Entonces nos quedamos en silencio, y mientras lavaba los trastes, reflexioné severamente en el discurso que había externado mi tío. Entonces recordé los dos días consecutivos en los que había visto a la cucaracha correr por el piso de la sala y sentí un poco, para mi sorpresa, de nostalgia. A pesar de que me había propinado el peor de los sustos, pues estaba bien pinche grande y bien pinche café, y a pesar de que estuve trabajando y chateando de pie, durante varios minutos, por su culpa… sentí que la extrañaba un poco. Ya había fantaseado con varias situaciones hipotéticas, universos paralelos donde, de haberla conservado unos días más, tal vez hubiera olvidado mi ridículo, absurdo e incontrolable temor por las cucarachas. Mientras mis tíos platicaban de un amigo mutuo que tienen, un chavo como de 27 ó 28 años, que ya tiene un millón de pesos en el banco porque es pinche tacaño… me deprimí un poco, por ambas cosas: No tendría manera de superar mi miedo, puesto la cucaracha con la que me había encariñado, había muerto bajo los pies de otro… y también me deprimí porque tengo 24 años, y no tengo una cuenta de banco con un millón de pesos. Era un pobre diablo a varios niveles, las manos se me engarrotaron un poco y creo que se notó en mi expresión una dolonía, un dolo insoportable por sentirme fracasado en varias empresas. Entonces nos quedamos en silencio y nos miramos los dedos pulgares. La primera vez que la había visto, fue a las dos de la mañana, cuando se movió sobre el mantel amarillo persiguiendo dos frijolitos extraviados. En cuanto prendí la luz, corrió al borde del mantel y yo corrí al borde de la habitación, entonces los dos nos quedamos quietos, y seguramente, no sé si porque necesito pensarlo así, o porque así pasó, nos miramos a los ojos un momento y ambos nos movimos lentamente. Puedo recordar con claridad nuestra primera persecución, cuando me animé a acercarme con una escoba para tratar de traerla a mis pies, pero mi mente no dejaba de pensar en el espantoso sonido que haría al ser aplastada, y de como sentiría el pequeño bulto en la suela del zapato. Si… puede ser que si, puede ser que la extraño… la extraño muchísimo.
Nah, que bueno que murió la puta.