¿Por qué te sorprendes de verme? ¡Así te quería encontrar! Si creías que habías escapado de nuestro contrato estas muy equivocada. No te sirvió mudarte tres veces de país, treinta y dos en el interior de ellos. Para nada. ¿No ves qué soy el magnánimo y megalómano Satanás? Que bueno, te hubiera detenido en la segunda mudanza, pero que flojera usar mis poderes omnipotentes para buscar a una irresponsable. En vez de ello, te grabé en tus mudanzas y abrí un sitio en internet, donde unos holandeses podían ver videitos de cómo intentabas adaptarte en cada lugar al que te ibas, los diferentes ángulos en los que te bañabas, tus diferentes jardines, a veces bonitos, a veces descuidados y otras tantas ausentes. Me hubiese hecho millonario, ¿pero qué crees? ¡Ya lo soy! Te usé para fascinar a las personas en tus cambios de carrera: primero quisiste tocar el piano, luego te metiste a clases de danza árabe y hasta, –¡fíjate nomás!– ¡te buscaste doctorados en astrología, astronomía y gastronomía creyendo que eran la misma cosa! Que bueno que no fui por ti, tan pronto terminó el contrato, para llevarme tu alma que si no, me hubiese perdido varios años de diversión gratuita.
Dime, con el poder de la estulticia que tan amablemente te otorgué, ¿encontraste lo que buscabas? Me platicarás en el camino, haré que nuestro descenso sea largo y fortuito. Sin compromisos. Sé que te observé durante años, pero nunca entendí el porque de nuestro contrato. No me necesitabas. A cambio de tu alma me pediste diversión y variedad, que no se terminara pronto. Me pediste necedad para hacer tu camino. Eso te di, eso pediste, pero nunca entendí el propósito. Me confundiste, pero mira, no desaprovecho oportunidades cuando cualquiera musita–: Vendo mi alma por (insertar lo que usted guste). Tal vez por tanta diversión no esperabas verme aquí, no esperabas que llegara yo y te dijera–: ¡Se te acabó!
¿Y qué pasa si la ida al infierno es parte del camino que quisiste recorrer? Por voluntad propia, digo. ¿Entonces, no estará el contrato aún vigente? Tal vez tomas la ida al infierno como otro viaje de diversiones, como una mudanza más para buscar la diversión que necesitas. En ese caso, puedo llevarte al infierno, según el contrato, pero no puedo llevarme tu alma, según el contrato. Me parece un poco lioso esto y por las carcajadas que te avientas, seguro lo pensaste así de un inicio, pero mira muchachita… escúchame bien, cuándo te aburras de mi roja morada, no hay manera de abandonarla y es el momento en el que te aburras cuando mis manos romperán tu hilito de plata. Y escúchame bien muchachita, muy bien, que yo siempre encuentro el camino y tengo la paciencia milenaria para buscarlo.
Foto de Arathel.
Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.