Desde que me abandonaste, has enviado fotos a mi correo, en blanco y negro, de los lugares donde estuviste presente. “Gracias a que abandoné tu yugo”, escribes al final de cada correo, como si fuese una firma, seguido de un postdata con un beso y un abrazo. Tal vez merezco el castigo que me impones, haciéndome extrañar lo que nunca pasó y lo que ya no pasará… pero no estoy tan preocupado, ¿vieras? Haciendo cuentas, son cuarenta fotos en total, de distintas partes de la república, y también de Argentina y Bolivia. Yo nunca entendí para que chingados querías ir a Bolivia y aún teniendo la foto enfrente no lo hago. No sé que tratas de decirme con las fotos.

De haber ido contigo a Bellas Artes, te hubiera platicado de los incontables arquitectos que trabajaron la obra, de los numeroso planos y los cambios que hicieron, del otro arquitecto que se suicidó cuando se enteró de que la obra se estaba hundiendo siete centímetros cada año de lo pesada que esta, de que fui un día (en uno de esos viajes de trabajo) llevando en la maleta el libro que te gustaba… el autor que lo escribió fue a dar una plática un día, pero no me acuerdo ni del título de tu libro, ni de tu autor preferido, y no fui esa vez, el trabajo me ganó. ¿Por eso me dejaste? ¿Por que el trabajo siempre me ganaba? Hace cinco años que nos dejamos, y todavía no entiendo por qué, ni como… no entiendo porque me envías una foto a mi correo de los lugares que registran tu presencia, no entiendo porque no lo dejas por la paz.

No es que me quiebres algo con ello o que me vuelva loco tan sólo de pensarte sin mí. No es eso. Estoy bien: dejé mi trabajo y me conseguí uno mejor, uno de menos horas y un poco de menos paga. Al fin y al cabo, vivo solo, no sé por cuanto tiempo… una de tus primas se acercó a mí cuando me abandonaste y estamos en planes para vivir juntos, “a ver que pasa”. He adelgazado un poco. No me va mal, de verdad. Cuando me dejaste se abrieron mis ojos y he empezado a disfrutar un poco más lo que tengo. Tal vez, un día de estos, cuando dejes de enviarme fotos te escriba todo esto. También te escribiré que ese día que ya no te encontré en casa, dejé cerrada la maleta de mi viaje al distrito y que en ella guardo lo viejo: un plano de Bellas Artes que compré por cincuenta pesos, y un libro firmado por el autor que te gusta, cuyo título no recuerdo.

Si tan sólo me dieras una dirección, te lo mandaría y nos dejaríamos de chingaderas.

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Foto de Mariana.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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