Soy un turista accidental, eso les digo a los muchachos que les pago dinero para coger. La mera verdad, soy un tipo que recibió una herencia y se ha gastado poco a poco esos seis millones de pesos, viajando por todo el mundo. Como murió mi abuelo no importa, creo que le dio un infarto cuando alguien le dijo de mi afición por los jovencitos. Si, soy puto ¿quieres reputear conmigo? Soy un puto turista accidental, je. La verdad, no estoy tan alejado del término: Tengo tres maletas, con camisas y pantalones, y elijo una de ellas cuando me da la gana hacer otro viaje. En mis maletas (pequeñas) guardo exclusivamente lo necesario: cepillo, pasta de dientes, un par de zapatos, un sólo traje, una laptop, cupones de hoteles y comidas y no me quedo más de una semana en un sólo lugar. Por lo general voy a Europa, algo tiene el viejo continente que me hace preferirlo sobre el nuevo, sobre todo sus hombres: son un poco más libertinos. Los jóvenes de las bahías son perfectos y sólo viajando allá como yo lo hago, se comprende la adoración que les tienen los poetas y los ministros.

No sólo voy a buscar hombrecitos pues. No, para nada. También paseo, me doy mis vueltas para conocer un poco, por ejemplo, así se que Venezia es más bonito en postales, sobre todo porque el papel no apesta. Si no pienso regresar a algún lugar de Europa, es a Italia. No me mal interpreten, Italia tiene bonita gente, el metro figúrense que parece una pasarela ocasional, con la gente común europea y con los hombres y mujeres bellos vistiendo buena ropa. Pero, finalmente, Italia es muy parecido a México: su gente adora el lazo familiar, todos están igual de chaparros, y la mayoría se siente con sangre latina para conquistar. Los muchachitos italianos me parecieron agradables en un principio, pero… pues mochos, como los de aquí, “porque con esa boca besan a su madre”, ¿saben?

Una de las cosas que noté de Italia, aparte de su fascinante arquitectura y sus calles estrechas rebosantes de olor a viejo, fueron sus alcantarillas y las iniciales… esas iniciales me volvieron loco durante un tiempo. Hicieron que me quedara en Italia dos semanas más para ver si el conocimiento me caía del cielo, por arte de magia. Y pues no me cayó del cielo, pero un querubín que me visitó alguna vez, que de pura coincidencia sabía un poco de español, se quedo conmigo una noche. Después de asegurarme de lavarle bien la boca para que besara con dientes blancos y firmes, platicamos un rato y finalmente me animé a preguntarle.

¿Saben qué hizo?

Me quitó mi laptop, metió la dirección de la Wikipedia y me enseñó la página sonriendo. Después de leer incrédulo y sentirme decepcionado porque esperaba una romántica explicación, lo corrí de la habitación con todo y sus chunches, sus pastas, su piel bronceada y sus cejas espesas.

No volveré a Italia, sus mamadas no lo valen.

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Foto de Omegar.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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