Eso, básicamente eso… se cayeron las enchiladas y me la pasé despotricando en voz muy alta–. ¿A quién diablos se le ocurre poner un plato sobre una superficie NO plana (hablamos de una lavadora de platos que nunca se ha utilizado)? –Entonces me enojé, fui de un lado a otro, mi hermano me miró feo y me pidió, que por favor, dejara de gritar. Yo le respondí que no podía. Mi hermano (perdón, tío, pero algún impulso inconsciente me obligó a poner hermano) Angel se burló de nosotros, le dije que necesitábamos arreglar eso, él me respondió–. Bueno… se necesitan como cuatro mil pesos. Ahí hice click un momentito, él piensa que arreglar las cosas requieren una solución cara (ponerle una tablita que fuera en conjunto con el hermoso cafecito cuasi madera encima a la lavadora de platos para que la cocina tuviera una armonía natural de diseño de interiores, luces y espacio, supongo… si).
A mi también me pasa en el momento inmediato, pero he estado practicando para pensar primero la solución práctica y barata antes de abrir la boca y desanimarme. –Bien, vamos a arreglar esa mierda, porque ya van DOS veces que se les caen las cosas por ponerlas en una superficie redondita… (la primera vez fue el viernes: dos kilos de huevo cayeron de una altura de 1 metro con treinta y tantos centímetros. Sólo sobrevivieron cuatro a la implacabilidad de la gravedad… y esa riqueza salvada tuvimos que distribuirla entre cuatro personas). Fui por una … tabla, no es una tabla, el material tiene un nombre que ya olvidé, y es una de las tablas que se compraron cuando estudiaba en la secundaria y me metieron a dibujo técnico, a huevo, porque los varoncitos estudian dibujo técnico. Secundaria de monjas, saquen las conclusiones.
Era la tabla del plan de contingencia. Si no hacía la casa como habíamos planeado y no quedaba bien, entonces tendría que hacerla de nuevo. Es, tal vez, uno de los mejores recuerdos que tengo con mi madre, cómo hicimos la casa del proyecto final de dibujo técnico (donde hice planos de luz, de instalación hidráulica, de fachada, de todo tipo de planos, y cuando se acabaron los planos era jugar al arquitecto: hacer la maqueta de la casa… me desvelé mucho esos días y también decidí que no quería ser arquitecto. Pero le agarré un cariño a usar el cutter [sobre todo el cutter, en esa época tuve una obsesión insana por comprar cuchillas], a usar escuadras, a las reglas T, a los cojines de goma, a todo eso… fue mi paraíso personal. Mi nombre es Agustín Fest, y uno de mis problemas es meterme a una tiendita de útiles, donde siempre acabo comprando algo, aunque sea una pluma china de dos pesos).
En fin, tomé la tabla, la puse encima de la lavadora de platos que nunca se ha utilizado y misteriosamente, el espacio entre el refrigerador y la cocina, ha quedado planito planito. Puedo asegurar que ninguna enchilada se caerá de nuevo, puedo prometer que no se caerán de nuevo los huevos (al menos ahí) y puedo, tal vez, vivir tranquilo en mi cocina durante un par de meses más, hasta que ocurra alguna otra desgracia, hasta que se caiga la comida otra vez y me remonte a aquella época donde sólo tenía trece pesos para comer en la semana, dónde por alguna casualidad o porque los cigarros eran más baratos, no me alcanzaba para pedir un poco de tocino y piña a la hamburguesa, o donde sólo comíamos mi mamá y yo, papas y huevo… papas y huevo, nada más.