Si bien Fest no ha contado el tiempo desde que siente el peso en su hombro más ligero, sabe que algo esta por suceder. Tiene la consciencia de que el tiempo esta corriendo, que un reloj interno esta sonando en algun lugar y tiene la, según él, noción estúpida de que si el tiempo termina su alma será consumida en los infiernos. Pero Fest conoce bien el tiempo, sabe doblarlo, sabe cuando hay prisas, le gusta practicar con él, raras veces no sabe calcularlo y cuando lo calcula mal en un principio, puede adaptarse rapidamente para hacer mejores calculos. Será porque el tiempo le fascina, le vuelve loco, es uno de sus juguetes… es decir, la medición de este, porque si él pudiera controlarlo se imagina como un dictador, como alguien con mucho poder y sin la idea de como utilizarlo. Es por ello que el control de sus acciones, de sus verbos, dentro del tiempo es tan importante, porque es la única manera que tiene de prolongar el sentimiento de un falso dominio. Un dominio que con un evento caótico puede escapar fácilmente de sus manos.

Es por eso, que esa tarde de domingo, Fest salió a fumar a la reja y aunque sentía que el tiempo se terminaba, también sentía su hombro derecho un poco más liviano de lo usual. Volteó a la derecha y un lobo de pelaje rojo, un devorador de mundos encadenado al concreto del edificio, descansaba bajo el sol. Kromg alzó la mirada y le miró extrañado.

–¿Y tu gato?

–¿Cuál gato?

–Um. Bien, ¿el cacto?

–Ahhh, ese gato… ¿Cual cacto?

–El cacto come niños, gatos y viejitos.

–Ahhh…. si, ese… ¿cuales niños y viejitos? ¿Qué?

–El loro pues, el cacto que parece loro y araña como gato, y come gatos y viejitos, y niños también, que se come los niños del mundo. ¿Cómo se llamaba? ¿Rob? ¿Mob? ¿Job?

–¿Chob?

–No. No. Bob, se llamaba Bob. ¿Lo dejaste secarse? ¿Lo quemaste? ¿Lo abandonaste en un basurero?

–¿Bob?

–Si. Bob.

–No sé de quien me hablas –Sin embargo, cuando Fest escuchó el nombre del cacto, sintió el tiempo más pesado. Empezó a medir el tiempo, pero no supo por qué… el tiempo que tardaba en consumirse el cigarro, los segundos que tardaban en responderse las preguntas, el tiempo que le tomaba a las sombras por el sol cambiar de posición. Midió el tiempo que le tomaría abrir la puerta en un futuro, el tiempo que tomaría el camión para ir a la escuela el martes, el tiempo que su vejiga tardaría en procesar los líquidos de una coca de dieta y se viera forzado en ir al baño. Fest suspiró apesadumbrado.

–Mírame a los ojos.

Fest obedeció. Se quedaron en silencio un largo rato, Fest esperó a que algo sucediera y lo único que paso fue la sonrisa del lobo.

–Ya entendí. Te queda poco tiempo. Si quieres buscarlo, debes hacerlo ya…

–Claro. ¿Buscar a quien?

–Hacer tratos con Satanás siempre trae sus consecuencias, ¿qué no has escuchado por ahí que siempre gana? Aunque bueno, dicen por ahí que un viejo con ganas de morir y una adivina ciega e inmortal, le ganaron una vez una partida de ajedrez. Dicen, yo no creo en cuentos de viejitas. Si te interesa saber, el tipo jugó con tu memoria para ganar ventaja. Puedo contarte una historia si gustas, a ver si escuchándola te ayudo a recordar. Toma asiento.

Fest tomó asiento y preguntó–: ¿Te cae que hice tratos con Satanás?

–Tienes la marca, y también tienes la marca de la muerte. Pudiste haber muerto, pero hiciste el trato antes. Estas metido en un buen problema… y en uno muy extraño. Es de esos problemas que podrían convertirse en leyenda, ¿sabes? Por la rareza. Pero bueno… eso no nos atañe ahora, si no te acuerdas, no puedes empezar a buscarlo y para que lo recuerdes, tal vez funcione contarte la historia. ¿Listo?

–Pues ya qué…

El lobo resopló.

–Erase una vez un cacto llamado Bob. Dentro de él, guardaba el espíritu de un rencoroso cuyo amor nunca fue correspondido en vida y el cuerpo del cacto, fue moldeado del barro y la arena por las manos de Satanás, para recibir a ese espíritu lleno de amargura y venganza. Cuando se unieron el espíritu y el cuerpo, entonces adquirió ojos, adquirió conocimiento y adquirió el sentido para mirar a los espíritus. Con ello podría cumplir su venganza. Sin embargo, a cambio, Bob tendría que entregar su alma a los infierno y para que él no se consumiera por el hambre y perdiera su consciencia “humana”, debía comer carne fresca. Se cuenta en su haber, el asesinato de alrededor de quinientos niños, cuyos nombres están registrados en el libro de los niños muertos de T.F. Hadied.

–Uh… ok, ok. ¿Ese era mi cacto? –Fest hizo un ligero gesto de horror absoluto.

–Espera, déjame terminar. Para que te des una idea de quien era Bob, alguna vez, a mitad de la noche, cuando vivías en la Narvarte, ¿recuerdas? Si, si lo recuerdas, a él no, pero lo demás si. El hambre venció a Bob y lo obligó a saltar por la ventana, entonces caminó durante incontables cuadras hasta que escuchó el balbuceó de una niña, de un año a lo más. La niña, hacía unas horas antes, se había visto sometida al amor y sorpresa de sus padres, quienes dedicaron gran parte de su tiempo a tomarle fotos, que si entre los muñequitos que le compraron esa tarde, que si comiendo rico, que vamos a tomarle un video tratando de decir papá… era una escena familiar de lo más bonita y de lo más común, de esas que arrancan un sentimiento de bienestar. Bob se sintió así, se sintió enternecido…

–Menos mal.

–Pero tu cacto tenía hambre. Esperó unos minutos antes de trepar por el edificio, llegar a la ventana de la niña, empujarla y quedarse un momento postrado ante la cuna. La niña no se había portado mal, la niña tenía un año de nacida… y digo tenía, porque aunque Bob primero intentó comerse a los muñecos, a los ratones y al águila, cuando finalmente lo venció el impulso, se partió en dos…

–No, no…

–Cubrió primero la cabeza de la niña…

–Ya pues…

–La jaló a su cuerpo…

–¡Qué ya!

–Comprimió su cuerpo para quebrar los huesos, apenas en formación y con las espinas, continuó arrastrando el cuerpo de la niña a su interior. Hizo algo, que en el idioma de los seres humanos es masticar. Masticó y masticó, hasta que terminó con la carne, acabó con su alma, pedacitos de su espíritu. Luego se quedó quieto un momento, Bob no puede moverse durante unos minutos después de comer, y habiendo terminado, expulsó los huesos de la niña, los que no pudo digerir. Cuando hubo terminado, saltó por la ventana del edificio y regresó a casa. Al día siguiente, tú y él tuvieron una plática muy curiosa donde hablaban de un Destino Manifiesto.

–No quiero que me cuentes más.

–Bueno… ¿te acordaste de algo?

–No. De nada. ¿Y dices que tengo que buscarlo? ¿Qué es mío?

–Si.

–¿Y por qué querría yo buscar y rescatar a una abominación como esa?

–Porque es tu amigo, tu se lo prometiste y si mal no recuerdo, piensas, en algun lugar de tu cerebrito, que a los amigos no se debe abandonarles. ¿No te sientes orgulloso de ti mismo? –dijo el lobo triunfal, después se recostó otro par de minutos al sol, empezó a roncar y se olvidó de Fest. Sin embargo, Fest no podía olvidar la historia del lobo, prendió otro cigarro, se recargó un rato en la reja y sin saber por qué, el tiempo se le recargó en el hombro derecho, haciéndolo más pesado.

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Foto de Ragnarok.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que estaré escribiendo en este blog. Si quieres formar parte o enviar una foto, revisa este post:

Escribir me aburre