Si no mal recuerdo, en los inicios de este blog, gracias un poco a la juventud y a la ingenuidad, proyectaba una persona un poco más estereotipada, menos arquetípica (qué qué qué?? no mames). A lo que me refiero es que era más mamón, tenía menos rasgos individuales y era más fácil querer a este neurotiquito por lo patán, grosero, rudo e inteligente que pretendía ser.
Al pasar de los años y ahora que ya tengo una novia (en realidad, ya está a un paso de ser prometida) mi personalidad se encuentra un poco más contenida. Bueno, más bien fue que he madurado un poco, pero quiero echarle la culpa a la novia. Hay días en los que me gustaría regresar a esa ingenuidad, a ese autodescubrimiento constante. Ser idiota de nuevo, pues. Pero creo que voy a tener bastante tiempo para lograr eso cuando envejezca y los nietos quieran alejarse del pinche abuelo jovencito.
¿Y por qué quiero regresar a esa pequeña etapa? Porque era más fácil autodescubrirse. Había una perfecta excusa para escribir lo que uno piensa, lo que uno siente, tratados del amor y del desamor, de la amargura y del odio a las instituciones. También, por supuesto, era más fácil tomarse fotografías y sentir que todas eran unas buenas fotografías. En todo momento uno pensaba que las pláticas con los amigos o con los borrachines eran las mejores pláticas, las que descubrían el sentido del mundo. Y la idea romántica de viajar, de ser un caminante eterno, era de las ideas más chingonas y rebeldes que pueden haber. Pero creces, no solamente por una sociedad o por valores morales, o porque la publicidad exige que crezcas para que compres… sino, porque simplemente crees que ya te has descubrido (perdón, descubierto) y que ya pasando ese proceso, entonces puedes dedicarte a cosas más interesantes, como trabajar para pagar las 12 mensualidades de la american express que usaste para comprar un iPod.
Hace poco, Daniel me comentó que estaba cabrón como los seres humanos se estaban llenando de aparatitos pero que ellos seguían igual. El comentario vino porque me compraron un iPaq, una computadora chiquita donde puedo copiar textos y leerlos (para eso la tengo principalmente), otros usos son que puedo jugar, conectarme a internet (y usar skype, MSN y Opera), escuchar música y ver videos. Pero en serio, sólo la quiero para leer, porque los libros en papel es muy incómodo traerlos, sobre todo si eres yo, que luego se pone a leer tres o cuatro libros simultáneamente. La iPaq, como dice Daniel, no me hará un ser humano más eficiente, más rápido, más organizado o más pensante. La cosa no es la herramienta, es la capacidad para utilizar la herramienta.
Pensé, por ejemplo, que con la iPaq sería más fácil documentar toda clase de viaje que se me ocurriera hacer. El iPaq y el celular. Con el celular tomo fotos y lo mando a la iPaq. Y oh, si, me voy a un Sanborns o cualquier lugar Wi-Fi (a no ser que se me ocurra irme al Amazonas), y puedo publicar desde ahí mi aventura. Pero… ¿para qué?
No lo sé, reflexiones taradas, a las diez de la mañana, con el único propósito de no abandonar este lugar en sus casi cuatro años de existencia.