–¿Y qué es lo que piensas escribir, fanfarrón? –se pregunta en voz alta, los ojos se le arrugan un poco, en sus silencios Fest se vuelve viejo. Será porque la mayor parte del día convence a las personas de su edad, pero pronto, sabe muy bien, en unos diez años o quince, no tendrá que convencer a nadie. En vez de una joven promesa o de un joven muy maduro, pasará por otra persona, por un viejo que sigue pensando, que inútilmente continua golpeando su teclado, como si de veras, entre líneas, escondiera algún tipo de verdad–. ¿Qué piensas escribir, viejito necio?
Se sonríe a medias, trae en su cabeza el golpe del cigarro sin filtro. Hoy se compró unos Delicados, porque no tenían Camel en la tiendita. Los cigarros sin filtro los soporta poco, ya no tanto como antes, los deja a dos tercios, los tira y los pisotea. Sin embargo, ya tiene la necesidad de fumar otro y eso es porque cuando escribe le gusta tener el cigarro en la boca, le gusta admirar el humo dispersándose en el aire. La verdad se encuentra en ese humo, piensa, la verdad de todas las cosas, si lo miro lo suficiente encontraré lo que he estado buscando desde que nací. ¿Qué es lo que busca Fest desde que nació? No lo sé, yo soy un narrador disociado de él, yo sólo puedo intuir lo que esta pasando por su cabeza, lo conozco lo suficiente para interpretar algunos de sus gestos y sus palabras, a veces enigmáticas, que sólo dice en solitario porque otra persona no lo entendería.
–Es noche ya, mañana debo ir a la escuela –se dice, mientras mira el techo. Tiene que conseguir unas copias mañana temprano y tiene que conseguir el libro de “Los hijos del limo” (Octavio Paz) para leerlo. Deberá llegar como una hora, tal vez hora y media, antes… si no quiere esperar tanto tiempo a conseguir las copias. Pero eso le tiene sin cuidado, cuando es de noche disfruta escribir, aún cuando las alimañas se esconden en algunas cajas olvidadas de esta casa y salen a amenazarle, a que cierre los ojos para que olvide su existencia. Hace unos días, encontró una araña negra del tamaño de la palma de su mano, escondida entre unas cajas. Fue rápidamente por el insecticida, y se lo roció encima. No confirmó su muerte, sólo miró como esta se retiró rápidamente atrás de las cortinas.
Desde que compró el insecticida, se siente un poco más valiente y se pregunta, ¿por qué no había comprado uno antes?
La respuesta es una muy sencilla y requiere uno de los temas preferidos de Fest, el cuánto extraña a su abuela. A ella no le gustaban los insecticidas, sólo en casos estrictamente necesarios compraba uno para rociarlo por diversas partes de la casa. Mujer de pueblo, acostumbrada a los bicharajos grandes, podía fácilmente matarlos con la palma de la mano. A Fest le asombraba, ciertamente, cuando ella extendía su mano gruesa y mataba una cucaracha grande, sin el mayor temor más que la suciedad y los microbios que estos bichos cargaban consigo.
Alguno de sus tíos, tal vez su mamá, le platicó que ella tenía los reflejos y la velocidad suficiente, para atrapar una mosca solamente con un movimiento. Él, en su niñez, asombrado porque su abuela fuera casi una maestra de las artes marciales, le pidió que atrapara una que volaba por ahí. Ella accedió un poquito divertida por la ocurrencia del nieto, pero no lo logró hasta después de cuatro o cinco manotazos. –Tu abuela ya es una burra vieja –le dijo. Es ahora cuando se siente triste por el comentario, en aquel entonces no lo escuchó y se limitó a aplaudirle. Para el niño, la abuela podría fácilmente destronar a David Carradine como uno de los reyes de las artes marciales.
Kill Bill, abuelita… Kill Bill.