Albariconte saludó a tu madre y a tu maestra: que disfruten la estadía. Oprimió tus brazos: muchacho, aunque siempre no sea así, el arte, el legítimo arte es verdad, es sangre, es moral; no lo olvidés.
Tuviste la impresión de enfrentar a un gran hombre, y esa impresión te duró años, quizá puerilmente.–Cantata de los Diablos, Marcos Aguinis.
–¿Has escrito muchos versos? –preguntó Albariconte arrimándose a tu lado.
–No sé a qué llamaría usted muchos…
–Muchos sería un poema diario.
–¡Tanto no!… –reíste.
–¡Por supuesto, muchacho! Las letras no son productos fabriles, aunque ya existan máquinas para hacer versos: el arte es emanación del hombre, exclusivamente; y el hombre no es una máquina, no debería serlo. Hay que escribir cuando se necesita, libremente.
Asentiste con la cabeza. Su brazo en tu hombro y su extraño afecto te cautivaban.
–Yo trato de escribir diariamente, caliento el motor durante media hora más o menos, pero si no sale, largo.–Cantata de los Diablos, Marcos Aguinis.