No debiera doler escribir algo bonito, algo como que pedimos felicidad o contagiar la felicidad. Porque eso de escribir felicidad, eventualmente llega un cabrón y te la tira con un comentario ingenioso o maldoso. Digo, yo soy de esos cabrones, a eso me dedicaba las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. Continuo vivo. No es que fuera mala onda, es que aburre cuando alguien dice puras cosas bonitas. Es inspirador un ratito, si, tal vez, pero ya chole. Si no lo hago tanto como acostumbraba es porque tengo la firme convicción de que hoy voy a cambiar, además que incluso esos comentarios sembrando cizaña se han vuelto una pequeña molestia en la vida. Es como tener comezón y rascártela. Después te acostumbras a rascarte con toda la comezón. Llega el momento en que te rascas aún si no lo necesitas, una picazón espantosa y ficticia hormiguea todo tu cuerpo. Ya ni rascas por la satisfacción, sino por reflejo. Se ha vuelto una rutina, forma parte del vals de todos los días. Se pierde lo sabroso y aumenta considerablemente la cantidad de veces que debes rascarte. Yo creo que llegué al límite, toqué fondo. Cuando a un niño, feliz en un trenecito de una plaza comercial, le dije algo así como “ojalá se descarrile el tren”, supe que había llegado lejos. Ni siquiera se iba a descarrilar el pinche tren, porque era de rueditas y no había rieles, pero no pude evitar el comentario. Ahí iba el trenecito chú chú, con la sonrisa pendeja de la ingenuidad y el infantilismo, “y ojalá se descarrile el pinche tren”. Ojalá no le haya causado un trauma, o miedo, aunque tal vez se vuelva un personaje famoso… un guionista, alguien que escriba como se descarrila un tren, de esos que ya no hay, y surja de su cabeza una asombrosa historia de supervivencia. Llegará a Hollywood, presentará el festival de Cannes, ganará un Oscar por mejor película extranjera, y cuando regrese a casa, con esa estatuilla de oro en las manos, se reirá un poco antes de dormir burlándose de ese cabrón que le dijo lo del trenecito.

Luego tendrá una pesadilla dónde la luz del tren se le viene encima y yo reiré al final.