Hoy Fest se siente bastante estúpido. No le pregunten por qué.

Pero yo les diré de cualquier manera. Fest acostumbra a dejar el celular a un lado de la almohada, porque a veces manda mensajes antes de dormir o bien, para escuchar llamadas o avisos cuando esta dormido. ¿Pero, cómo es que llega el celular de los bolsillos de sus jeans a un lado de su almohada? El cerebro positrónico del celular todavía no le ha permitido desarrollar patitas y para Fest no existen soluciones civilizadas como llevarlo en la mano, hasta que deposita su humanidad al saludable y necesario descanso. Después de omitir las obvias soluciones, hay que pensar en las alocadas, ilógicas e irresponsables: Suele aventar “suavemente” el celular, para que este quede a un lado del colchón. Por lo general, el celular rebota un poco en respuesta y exclama “Wiii”, luego cae suavemente y con sus manitas (desarrolladas con su cerebro positrónico) busca una mantita y se arropa cómodamente, sobre todo en estas épocas de frío. Para finalizar el día, Fest se acostaba y platicaba un rato con su celular, acerca de las cosas que pasaron en el día, se daban el beso de buenas noches y caían profundamente dormidos.

La rutina se repitió ayer, con una ligerísima diferencia: Había un vaso de refresco, a un lado de la cama.

Fest recuerda que miró el vaso, no le prestó atención, sólo tuvo un pequeñísimo pensamiento: Estaría curioso si el celular rebotara lo suficiente para caer en el vaso. Se encogió de hombros, sacó el celular y midió para aventarlo “suavemente” (insiste) a la cama. El celular sacó sus manitas y sonrió, empezaba a emocionarse. Wiiiiiiiii, Wiiiiiiiiii, WIIIIIIII. En cámara lenta, el celular saltó de sus manos y pasaron varios minutos antes que chocara contra el colchón. Fest asintió satisfactoriamente, iba a voltear la mirada, cuando el k300 (Sony Ericsson, comercial), hizo un salto triple mortal un tantito a la izquierda. –¡Mírame! ¡Mírame! ¡WIIIII! –Fest sonrió como un buen padre lo hubiera hecho, hasta que miró que cayó gracilmente al vaso con una gran habilidad acrobática. El vaso, todavía tenía un poco de Coca Cola. Supongo que una gran parte de nosotros conoce la historia de Arquímedes, pues el volumen del celular subió la marea dentro de ese pequeñísimo mar de agua, colorantes y azúcar. Se mojó buena parte del teclado y de las entradas de conexión. En vez de WIII, el celular empezó a gritar que Fest era un hideputa y finalmente, guardó silencio después de exclamar–. ¡Me derrito, me derrito!

Recuerda que se le quedó mirando incrédulo. Cuando terminó la incredulidad, mucho tiempo después, corrió a la cama y sacó el celular, con su pantallita todavía encendida, pero chorreando. Al ver que todavía mostraba signos de vida, pensó esperanzado que aún funcionaría, que sólo era cosa de secarlo. Lo desarmó, le quitó lo más que pudo del no tan vital líquido, le pasó aire comprimido para buscar las gotitas traicioneras, lo armó de nuevo y este dio la falsa impresión de que aún podía funcionar. Trató de dormir, después de todo, ya mañana vería que gestos hacía, aparte del rictus de terror y furia por pensar que Fest era un hideputa.

Al día siguiente, parecía cumplir las funciones primarias, como marcar, mandar y recibir mensajes. Sin embargo, señalaba que la batería estaba casi descargada (cuando aún le quedaba un 70%). Cuando conectó el teléfono a la corriente, este simplemente ignoró los cables y no hizo señas de que estuviera recibiendo su dósis de electricidad. Se sintió un poco alegre por él, probablemente estaba en un estado superior, dónde necesitaba menos de este mundo terrenal. Ese es el estado actual, Fest piensa que el azúcar terminará por partirle la madre y que lo mejor que puede hacer, es prepararle un funeral vikingo. No es que le haya dolido, lo más que lamentaba del celular eran unas fotos y un par de vídeos que no tenía respaldados. Recuerdos bonitos, de él y de su novia.

El celular era sólo para enviarle mensajitos a la dueña de sus suspiros. Con esas intenciones compró el primer celular. Ya después encontró otras ocupaciones con él, como los jueguitos, las fotitos o los videitos. Encontró los contras, cuando lo usaban para localizarlo del trabajo o sus familiares. Algo que nunca le ha pareció del todo. Ninguna de esas cosas, necesaria. Para el ocio de las filas, prefiere leer un libro o mirar gente. La función primaria del celular ha disminuido con el tiempo, a ella parece cansarle que Fest le mande mensajitos, será por el trabajo o porque le ocupan otras cosas, o porque le gusta su ilusión de independencia. Sin celular, podrá descansar un poco y recordar como era la vida sin tener un dispositivo móvil incrustado en las piernas. No se ha perdido nada.