Hablar de como la conocí me tomaría días y muchos inventos. Cuando se conoce a alguien, uno inventa recuerdos para la memoria, recuerdos que intensifican el pasado y sensibilizan el presente. Es por ello que hablo poco de mis recuerdos. Cuando escucho los de otra persona, me pregunto cuantos habrá inventado y me siento apenado por carecer de la misma capacidad de ficción. Si alguien, en una charla, me convence de compartir algo, soy entonces seco y directo. Si por alguna razón, me entusiasmo con mi historia, tartamudeo y divago, consciente de que no tardaré en inventar o exagerar.
Hablaba de ella, y terminé por hablar de mí mismo. Ella miente de manera profesional. Cuando me cuenta nuestra historia, detalles importantes cambian ocasionalmente: lugares, horas, fechas, accesorios de vestir, colores de cabello y nombres. No por confesar esto quiere decir que tengo la capacidad de contarte la verdadera historia de Hephzibah y el señor. Si por mí fuese, solamente diría que la conocí en un parque, intercambiamos tres frases y nuestros e-mails y una relación muy extraña surgió de ahí. Si Hephzibah no esta callada y arrodillada, como debe ser en la presencia del señor, contara la historia a como le de la gana: Si, éramos dos extraños en el cine y las hormonas llevaron mis manos a tocar sus muslos y besar su cuello, como si fuésemos queridos de hace tiempo.
Llevo tiempo pensando en deshacerme de ella, pero es… No lo sé… Imposible. Ella se presentó conmigo, entregándome un contrato de pertenencia y esclavitud. Se me hizo honesto, divertido, curioso y firmé, aún estando comprometido a casarme. A Hephzibah le expliqué que cuando me casara nuestra relación sería medio imposible, pero a ella no le molestó. -Cásate y vivo contigo y con tu esposa. Si tú me lo ordenas, la serviré como a ti, pero con algunas reservas. ¿No has leído el contrato? -Asentí medio estúpido, sólo había leído las frases importantes como esclavitud de por vida, cafecito en las mañanas, favores sexuales y castigos.
Además, ella me escuchaba como si dijera verdades universales, con un silencio coqueto y sumiso como ya no existe en estas fechas. Un silencio carente no sólo por las parejas, sino por los amigos, o incluso desconocidos. Pareciera que es importantísimo discutir hoy en día, como si de ello dependiera un motor importante de nuestras vidas. Nadie me había escuchado como ella y mi prometida, finalmente, se había acostumbrado a replicar, así que mejor prefería guardar los pensamientos, con el temor de que una frase breve pudiera iniciar una guerrita estúpida. Por eso no rompí el contrato con Hephzibah y empecé a contemplar la posibilidad de juntarlas, ¿se entiende?
Cuando le conté a mi amigo Fest la delicadisima situación, primero me explicó que según algún documento de la Comisión de Derechos Humanos, era imposible hacer contratos de esclavitud explícita, aunque, había trabajos que lo disfrazaban muy bien. Se rió y luego me explicó que no tenía ninguna obligación legal, pero que si abandonaba a la pobre, seguramente cosas malas pasarían, desde sentirme culpable hasta un acoso de atracción fatal. Nos quedamos callados un rato y luego le pregunté-. ¿Tú crees que Bianca se encabrone si le explico la situación y luego le pida un trío?
-A huevo que no -dijo Fest-, es más, te invito a que lo hagas lo más pronto posible.
Prendí un cigarro, ignorando el sarcasmo. Me agradaba Fest porque casi nunca tenía ganas de discutir.