No fue hace mucho tiempo que tomé la fotografía, nos habíamos reunido en la memoria del Parco, quien había muerto en un accidente mientras manejaba su camioneta. Fue espontáneo, cuando el primero recibió la noticia, mandó un correo a los demás y después de atender al funeral, nos acordamos de aquellos viajes que organizábamos en la preparatoria para ir a jugar a nuestra playa (un hallazgo bonito y despoblado, en una de las costas de Guerrero, no tan lejos de Acapulco). Mirábamos nenas en los bares, tomábamos unas cuantas cervezas, tal vez demasiadas. Era una preparatoria de varones, de alguna manera debíamos desfogar las hormonas, tan terribles hormonas, que dominaban nuestros pensamientos. Aunque sentía un poco de remordimiento, porque usábamos la muerte del Parco como una excusa para aventurarnos y escaparnos de nuestros trabajos, también me parecía un excelente homenaje. Después de todo, lo poco que recuerdo de él, es bebiendo las cervezas en silencio después de jugar la reta, si alguien le hacía un comentario él contestaba educadamente, sin embargo, había un halo de tristeza y soledad detrás de esa sonrisa a medias. Me provocaba ternura, pensaba que no tenía con quien jugar.

Cuando le comenté a Rubén, un compañero que no había asistido al funeral ni había recibido los correos, sino que se había enterado por palabra hablada de nuestra reunión, que lo nuestro era un homenaje a la memoria del Parco, se sentó junto a mí cuando tomé la foto de los amigos jugando, perdiéndose en el contraluz del atardecer. La noticia parecía haberle impactado y cuando Julio metió el gol, él me miró y me dijo–. Yo lo amaba en ese entonces, pensaba verlo esta tarde… pensaba verlo bebiendo sus cervezas y contestando como quien no quiere contestar y esconde algo… de verdad –me quedé en silencio, profundamente sorprendido por esa confesión tan espontánea. No sólo era la muerte del Parco, sino enterarme que Rubén era homosexual. Tantas cosas estaban pasando en medio de este juego, y me pregunté juguetonamente, si estos juegos siempre habían sido los mismos o si solamente, éramos chicos pateando la pelota y emborrachándose en la playa.

Esa noche me dormí inquieto. Pensé que si Rubén hubiera confesado su amor al Parco, tal vez él se hubiera alegrado un poco, tal vez lo que faltaba en esos tristes silencios, era alguien quien le acompañara. Tal vez… preferí ya no pensar en ello.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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