Cuando me mandó una foto al celular de sus piernas, tal como se la pedí… me volví loco de alegría. Era emocionante. La falda, los muslos abundantes y torneados, su piel blanca, unos calzones negros que supuse había manchado en alguna ocasión anterior por la urgencia, ohhh y la minifalda de mezclilla que había aprendido a querer por su practicidad para cualquier rito copulatorio. La foto, evidentemente, me provocaba unas ansias de tomarle por las caderas y hacer de mi voluntad una explosión adentro-afuera. Un impulso animalesco que adormecía, pero pujaba por liberarse con cada pixel que mis ojos apreciaban. La nueva novia me tenía contento, me consentía mucho esos caprichos.

Una amiga, quien miró la foto por casualidad mientras la bajaba en una de las computadoras de la universidad, exclamó alegremente–. Por eso deberían inventar los calzones de mezclilla. Pensé dos segundos su frase, me agarró con la defensa baja, creía que me criticaría por mi foto pero cuando no lo hizo, sentí que era cada vez más común liberarse… usando celulares, cámaras digitales, blogs, webcams… ya cualquier cosa te da oportunidad de exhibirte y de regalar besos a cualquier voyeur que pueda pasarse enfrente, al menos en la cuestión de byte por byte. Me pregunté un poco preocupado si eso podía hacerme insensible… Si lograría hacer comentarios tan triviales como mi amiga. Me reí con su comentario y ella se despidió de beso.

–¿Por qué no me mandas una de esas? –le pregunté, antes de que dejara la sala de cómputo.

–Lo pensaré –dijo, alzando los ojos y abandonando la habitación.

En ese preciso instante, se me ocurrió que podría organizar una red de fotos. Algo sencillo y sin complicaciones. Platicar con algunos amigos y quedar de pasarnos fotos de un estilo similar: Escotes, faldas, piernas, niñas bonitas, fotos de compañeras que conociéramos, usando el celular. Por cada foto que yo pasara, tendría que recibir una y armar una cadenita progresiva de ansias voyeurísticas. Luego, se me ocurrió que podría ser un mensaje cadena–. Mandar una foto que tomara en la calle de algunas piernas y distribuirla a un amigo, quien tendría el deber de pasar dos fotos al siguiente y así. Un pequeño juego perverso y supongo que inofensivo. Suspiré, era buena idea, pero organizarlo me parecía algo complicado, era más fácil buscar las fotos en Google y olvidarse. A no ser que fueran personas que lo comprendieran como yo–. La gracia de buscar alguien que pose para la foto o bien, en el caso más extremo, tomar la foto sin que ella se diera cuenta.

Aún cuando me convencía de que esto no podía ser, ya estaba pensando un nombre para mi club. Los únicos nombres que más o menos apreciaba era: “El culo de Ofelia” y “adictos al viaje voyeurístico”. Ninguno de los dos lo suficientemente bueno. Entre más pensaba en ello (y lo rechazaba, al mismo tiempo), sentí la clásica reacción debajo de mis pantalones. No me había dado cuenta que llevaba un rato mirando la foto, sin prestarle atención… ¿Me entienden? Sin embargo, mi cuerpo reaccionó a la vista, mi cuerpo cumplió la función. ¿Eso era insensibilizarse? ¿Para romper la insensibilización, es por eso que pensaba en clubecitos y compartir pornografía P2P compleja? No sabía que responder, únicamente sentía el gusanito comiéndose las mezclillas, ¿saben?

Tan pronto llegue a casa, hablaré con Ofelia y le invitaré a tomarse más fotos.

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Foto de Lobsel Vith.

Este cuento forma parte de los fotocuentos que escribí en este blog.

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