Lo divertido de los castings de cabello es que llevan una especie de coreografía: Una mano atrás, la otra mano, alzar el cabello, dejarlo caer suavecito, las dos manos, hacer una v y mover suavecito el cabello, un chongo (o cebolla) y soltarlo para balancearlo, perfil y colita de caballo (encantador), el otro perfil y colita de caballo (doble encantador), alzarlo y dejarlo caer despacio, todo despacio para que se vea el volumen, el peso, shalalá, ahora hacemos giritos a cámara (y esta es mi parte preferida, no sólo porque hay más sonrisas, sino porque de verdad parece un baile –para explicar esto, suelo tocar las caderas de la mujer en cuestión [de manera muy profesional, claro está] y explicarle que debe dejar las piernas quietas, mientras hace un medio giro, mire a la cámara y sonría). Cinco guiños: 1, 2, 3, 4, 5 y en el último, un giro completo y sonreír a la cámara. El propósito es que su cabello vuele y se vea, pues, precioso.

Hoy, se presentó una chava que se disculpó conmigo unas diez veces, porque no era profesional y este era –casi– su primer casting. Cada vez que explicaba o repetíamos algo para que lo hiciera bien, ella pedía perdón y agregaba un suave: Lo haré mejor para que no te desesperes. Me pregunté si me escuchaba agresivo o violento. Sonreía, pero la simple mención del desespero me hacía sentir en la línea entre la amabilidad y la pendejez. Es como si me sugirieran el sentimiento. Si algo me molesta, es que me pregunten si estoy molesto cuando no lo estoy. ¿Será una especie de volubilidad? No lo sé, y no me importa mucho. Cuando la mujer se puso de espaldas, noté una cicatriz de la nuca que seguía hasta donde el vestido me permitió verlo, exactamente en la línea que partía su cuerpo. Interesado, me pregunté que clase de historia habría detrás de esa mujer.

Me tardé un ratito con ella y demostré la verdadera paciencia. Después de quince – veinte minutos, no quise tardarme más. Necesitas soltarte, le dije, pero eso sólo pasa si sigues haciendo castings. Miré su cara y después mentí un poquito–. Me encantó tu cabello y trataré de venderte. No podía venderla porque no me daba la edad y su actuación, apresurada y descuidada, sólo me traería problemas el mismo día de la filmación. Ella se fue con una sonrisa, verdaderamente contenta. –¡Sí! ¡Véndeme! ¡Véndeme!

No la incluí en la edición.

Una mujer, mientras tanto, en la sala de espera me señaló el reloj y me dijo–. Ya que se apuren, ¿no? –No estoy haciendo ese casting. –Oye, es que ya llevo veinte minutos esperando aquí. Le presté atención y la reconocí: desde que estoy trabajando en el medio que la conozco. Ya merito siete años. Antes nos caía bien, le permitíamos llegar a las siete, a veces a las ocho de la noche, la vendíamos y la preferíamos porque siempre había trabajado bien con nosotros. De un momento a otro, empezó a llegar tarde a las filmaciones, a los callbacks, a todo eso. Dejamos de meterla a los proyectos, e incluso la eliminamos de las ediciones. Le dije solamente–. Paciencia. Ella respondió–. Se están tardando mucho. Y yo le respondí–. No exijas lo que no das. Empieza por llegar temprano a los llamados, a los callbacks y no pedir favorcitos. No respondió.

Unos minutos más tarde, su brillante respuesta fue–: Oye, si me pagaras una mensualidad por hacer casting entonces sí me quedo calladita a esperar.

–¿Cómo me pides que te pague por venir a buscar trabajo?

Le sonreí y me encerré en el foro. Ya no la vi después.