Hace un par de meses, desperté a mitad de un sueño y anoté el siguiente mensaje en el celular: “Agustín, deja de verte fatal”. Recuerdo que giré el celular y repasé el mensaje cuidadosamente. Como un trance, me dije “Esta bien”, y regresé a mi sueño. Como es una de esas curiosas trampas, uno de esos mensajes inconscientes, lo he dejado como una nota en el celular y durante el día, en mis momentos más aburridos, lo leo de nuevo. No me pregunto que me habré querido decir, porque eso sería bastante estúpido. Incluso mi nombre esta incluido en el mensaje. Sin embargo, sí me he preguntado: ¿qué es verme fatal? ¿el cabello? ¿las ojeras? ¿los cigarrillos a medio consumir? ¿los dientes? ¿que ya no tengo veinte años y siento, poquitos, achaques en el cuerpo? No recuerdo el sueño, pero sé que es vital para el mensaje que me dejé. Al principio pensé que es algo que diría mi abuela, sus cenizas descansando en una repisa de la habitación–. Agustín, deja de verte fatal –pero ella no diría algo tan cuidadoso, tan educado, ella habría dicho–. Agustín, deja de hacerte pendejo –de verdad. Entonces, sólo me ha quedado pensar que fue un mensaje a larga distancia y metafísico, de mi vientre-cuna madre. Nos visitará este viernes y sábado, hace tiempo que no la vemos.

No hablaré de cómo en ocasiones me siento un hijo fracasado. Sin embargo, ya me corté el cabello y rasuré la barba, por si las moscas.