Estoy editando alrededor de 220 personas. Les miro tomar agua y pienso que algunas personas son estúpidas porque ni agua pueden tomar frente a cámara. Se les escurre, pajarean, después de tomar un sorbo dicen: “¿Ya?” o hacen una cara como si tomaran ácido. Ayer, la edición fueron 140. Algo así. Esta vez la repetición de la acción se hace insoportable y tediosa. La acción no ayuda en nada, porque se les pide que tomen agua como si fuese algo entretenido: sonríe, haz gárgaras, hazle sexo oral a la botella, eso… el clítoris al fondo de la botella, expulsa, lanza tu lengua. El agua revitaliza. Algunos toman la botella como desposeídos, y cuadro por cuadro, miro como abren muy bien los ojos y sacan la lengua. Se les deforma grotescamente la cara. No debe ser bueno vivir en cámara lenta.

Soy más propenso a la violencia cuando trabajo en serie. Doble click a un archivo. Doble click al siguiente. Arrastrar al otro. Guardar el nombre. Guardar la foto. Cerrar quicktime. Abrir el siguiente. Muy distintos a aquellos tiempos. Igual de tedioso, diría. Tal vez no se deforman grotescamente. Tal vez sólo lo imagino. Finalmente, el material que edité ayer, el director decidió no revisarlo y sólo eligió por foto. “Qué cosas”, pensé. El director de casting dice que eligió a puros feos, y después de mencionar un par de nombres… estuve de acuerdo. “Qué cosas”, pensé de nuevo. A juzgar por la marca, probablemente estaremos en problemas.

Mientras miro a los viejos, me pregunto cual morirá primero. Hay algunos que, en siete años que llevo en el medio, continúan con vida. Hay una viejita particularmente amable, que ríe mucho. Pienso que morirá feliz. ¿Cómo voy a enterarme donde llevarles flores? Recuerdo, entonces, el suicidio de un González. He olvidado su nombre, a pesar que era particularmente extraño. Una semana después de su suicidio, recuerdo que me paré junto a él y le ofrecí un cigarrillo. Algo muy extraño, porque me gusta recluirme en mi lugar de trabajo y no socializar con los modelos. Era un chavo muy callado, muy agradable, diría que noble. ¿Todo eso se reconoce con unos minutos de ver a la persona? Tal vez no, su recuerdo bien romántico porque ¡ay, se suicidó!

Tenía mi edad. Tendría mi edad de continuar con vida. No sé porque pienso en él esta noche. No he estado cerca de la muerte, ni tenido pensamientos suicidas. Simplemente llegué a él. Recuerdo a sus hermanos y me he dado cuenta que el tiempo que llevo aquí, otra vez, no los he visto. Era una familia de muchos hermanos, conté unos cinco en su tiempo, incluyéndolo a él. Al González. Parecía un buen muchacho, tal vez un poco nervioso, como yo. Todos tenían nombres bíblicos… Ah, ya, ya lo recordé. He recordado su nombre. He de guardarlo.

La gente parece olvidar la importancia de los nombres. Los nombres son lo que forman al objeto y unen a ese todo. De ser posible, me gustaría que los nombres se conservaran como un secreto. Que sea pronunciado sólo por aquellos que decidamos lo sepan. Puedes saber mucho de una persona, por como trata tu nombre, por como te llama, como deforma el nombre de otros o como los pronuncia.

Caminaba esta noche con Juan Carlos y Ricardo, buscando café, sin saber que recordaría el suicida, y cuando alcé la mirada encontré un enorme letrero que decía: SERVICE69.NET — Asombrado lo observé y lo primero que pensé, es que era la ubicación ideal para un putero. Lo comenté en voz alta–. Para urgencias nocturnes, miren nomás. Nos reímos y cuando regresamos a la oficina, entré a la página. Entre risas descubrí que sí era para cubrir necesidades, pero no las mías, ni las del suicida, que algunos dicen que se colgó en su habitación por amor.

Crédito de imagen: Felice Beato (English, born Italy, 1832 – 1909), Henry Hering (British, 1814 – 1893) Two Sepoys of the 31st Native Infantry, Who Were Hanged at Lucknow, 1857, negative 1857; print 1862, Albumen silver print 23.8 x 30.1 cm (9 3/8 x 11 7/8 in.) The J. Paul Getty Museum, Los Angeles