Hay un mago, de artes oscuras, sentado a la ventana de una pequeña habitación y fumando un cigarrillo de manzana, mientras tararea una canción. La canción es triste, porque habla de los sueños más hermosos, aquellos por los que vale la pena morir. No sabe, que en el futuro se las verá con un dinosaurio, ni tampoco que se convertirá en su propia pesadilla y aún si lo supiera, seguiría en el mismo camino. Los magos no tienen miedo al destino porque siempre les han enseñado que es inexorable. De ello depende su fuerza mágica. Le da otra bocanada de humo a su cigarrillo, mira la luna lunota y sonríe satisfecho. Nadie jamás lo había visto, ni lo vería, con esa sonrisa juvenil. Todo aquel que conoce a Miriod, sabe que mata por ambición, por conocimiento y reconocimiento.
Cada que pienso en él, me parece un personaje hermoso. En su ropaje negro y sus artefactos increíbles. Los recuerdos de su niñez, sus motivaciones y los sacrificios que tendrá que hacer si desea obtener la verdad absoluta, como él lo llama. No tengo miedo de romper a Miriod, no tengo miedo de matarlo, probablemente porque la conciencia de su destino esta demasiado despierta. Muero por regresar a él.
Sin embargo, Los Wunden, personajes que incluso a mí me intriga su funcionamiento. Trillizos que son una persona completa y actúan como tal. Son guerreros que no desarrollé por completo y esperé a matar a dos para continuar su funcionamiento. He revisado su capítulo varias veces y he desarrollado más sus acciones para descubrir un poco su misterio. Los hombres sin propósito son difíciles de escribir, porque la falta de ese propósito los mata. Cuando un personaje no desea o no tiene una razón para existir, son como instrumentos inútiles. Sin embargo, los trabajo poco a poco. Me fascina su manera de comunicarse y planeo cosas para ellos. Planeo, precisamente, darles el propósito que los guíe, que los vuelva locos, que los haga actuar.