Esta mañana, al despertar, encontré una nota que decía: “Por favor, detente, ya no lo hagas más”. La miré un par de minutos. Era mi letra, y el cuadernito, era uno que tenía en la mochila. Indudablemente, debí salir a mitad de la noche para recoger la libreta y anotarlo. De mi habitación a una de las sillas de la sala, dónde abandoné la mochila descuidadamente. Me pareció curioso. Uno debería recordar esa serie de actos complejos, pero pasa como con las maquinarias, uno las ve trabajar pero no registra el proceso de cada engrane y polea produciendo en masa. Había producido un mensaje con mi letra, en mi cuaderno, a mitad de la noche, mientras dormía, mientras soñaba con ovejas aladas surcando un cielo rojo y cenizo. Al despertar observé la nota como alguien que aprecia una obra de arte: confundido, incrédulo, trabajando de más los procesos mentales. ¿Por qué? ¿Qué debía detener? ¿O el mensaje era para alguien más? Claro, como soy, inmediatamente asumí que el mensaje era para mi. Mi mano arribita de la nariz apretaba como si eso lograra conseguir respuestas.
Guardé la nota en mi cartera.