Sé que me desperté tempranito y luego me dormí, porque la verdad, era muy pinche temprano. Despertando de nuevo, ya eran las seis de la tarde. Estaba vestido, bañadito, no eran los mismos calzones del ayer y hasta sentí un impulso poético al darme cuenta que era un hombre distinto con sólo un pestañear de ojos. La primera vez, estaba en una habitación cuyo techo era de arcos y una mujer dormía a mi lado (bueno, LA mujer). Con el pestañeo, me encontré con la cámara en la mano, una lista de asistentes al casting y con Christian despidiéndose de mí. Haciendo uso de razón, me despedí afectivamente de él y celebraba por dentro que alguien más trabajaba por mi. Alguien más… estuvo trabajando todo el día en el casting. Ahora me encuentro esperando la conversión de los videos para editarlos, y morboso, deseo ver qué tantas actuaciones les hice, con qué voz les hablé, descubrir en qué consistía mi chamba.

Emocionante.

El detective llamó de nuevo el fin de semana. Era insistente con sus preguntas. Supuse, después de colgar con él, que era detective porque podía presentir que algo estaba mal conmigo. Tal vez el tono de voz. Tal vez la construcción semántica de las respuestas. O no tenía ni idea y yo era su única pista. Hubo un asesinato. Ocurrió el viernes. El problema, es que el viernes estaba tomando mi camión a la ruta del Camote. Así que apenado tuve que negar mi presencia. No creo que mi doble, mi señor doppelganger, se tome la molestia de viajar para matar y regresar. Aparte que nuestra economía no da para más. Nuestra… todavía estoy cometiendo el error. Pienso que lo mío lo esta utilizando cuando puede ser (igual que como intuyo con los cigarros), que él no esté usando mis recursos y que tenga los propios. Entonces, ¿por qué trabajar lo mío? ¿por qué hacerme ese favor?

Los datos que tengo no me llevan a nada favorable… la blusa, la falda, la sangre, el olor a sexo, los mensajes que no dicen nada. ¿Trasvesti y asesino? Vamos, muy rebuscado no puede ser. Debe haber una explicación muy simple a todo esto. Necesito encontrar la manera de observarme.

En el cuaderno estaba escrito: “Vienen y dejan sus cosas. No saludan, tan sólo se paran en su marca y sonríen. Son esclavos. Les doy instrucciones y ellos obedecen. Yo soy esclavo de alguien más grande. Yo también sigo instrucciones. Somos engranes de la máquina efímera. Una máquina que morirá pronto. Mis manos reaccionan a las órdenes: aprietan botones, manejan el tripié, hacen ademanes cuando explican. Mi voz prefabricada parece la bocina de una prisión o de un campo de concentración. Ellos sonríen, ellos obedecen, no tienen modales. Están ya tan acostumbrados que han olvidado los modos primitivos del hombre para guardar la compostura y el orden civil. No me apena. No me da asco. No. Es como una comezón, una comezón en el dedo meñique que si no rasco, continuará picando y picando… picando, y picando”.

Picando.