Cierto día, había dos hombres platicando. Los dos parecían brutalmente serios. Odio ese adverbio: “brutalmente”. Pienso que es un adverbio exagerado. Sin embargo, los dos parecían -reitero- brutalmente serios. A medida que me acercaba a ellos, debo confesarlo, por curiosidad… notaba que los dos sonreían casi imperceptiblemente. Imaginé su contexto. Probablemente eran gemelos. O peor aún, eran dobles.

Recordé a Jekyll, y a Hide. La peculiaridad de ellos dos, es que eran una misma persona. Eran el reflejo retorcido. Eso pasa con los dobles. Cuando dos personas encuentran algo que los une en espíritu, no importa su condición social, su sexo, su historia previa, simplemente se vuelven reflejo y contrarreflejo. Döppelganger y figura original. ¿Se escribe así? Creo que sí.

Pensé, mientras los miraba platicar, que tener un doble debía ser de lo más interesante. Un rival. Mejor que un rival… la persona a la que prometes que la muerte los alcanzará el mismo día. Si la noción del doble es insoportable, no sólo le prometes morir el mismo día, sino que serás la causa de su muerte. Algo tienen que ver el honor y el destino para hacer esos juegos humanos. Me gustan como si fuera un dios travieso.