…que se necesita estar desdichado o enfermo. El cigarrillo antes me permitía escribir a sabiendas del daño que provocaba en el sistema. Estaba consciente de mi adicción, de mi obsesión de prender el siguiente unos cuantos minutos después, de medir cuanto tardaba en prender el primer cigarrillo al despertar. No era desdichado. Tal vez enfermo. Alguien que está dispuesto a enfermar. Curioso.
Ahora soy desdichado porque dejé mi adicción. Cuando huelo un cigarrillo, a unos metros de distancia, muevo la nariz como si fuera un conejito. Persigo el olor. Tan rico que apesta. A veces sigo, durante varios minutos, a las personas que tienen uno prendido en la calle y las huelo discretamente. Puedo desviarme varias cuadras de mi destino sólo por ese detalle.
Estoy en Villahermosa, el calor es horrible, mi mujer me desespera, necesito un cigarrillo urgentemente. El cigarrillo me permitía callarme la boca y enfocarme a una cosa cuando me desesperaba, o enojaba. Tal vez estoy irritable porque dejé el cigarrillo. Tal vez tengo razón en todas las cosas. Lo único que sé es que no recibo respuestas positivas ni negativas. Soy feliz cuando recibo respuestas.
Soy feliz cuando las respuestas se reiteran.
Me siento solo. Sé que hubo varios errores en la ecuación. La reviso una y otra vez. Despejo las variables. Reviso las variables. Saco los resultados. ¿Cómo se hacían las integrales? Hay errores en la ecuación. Pero es demasiado tarde para corregirlos porque no soy matemático, soy literato. Los literatos necesitan los errores. Necesitan provocar sus propias tragedias.
Cuando el literato se encuentra con su propia ecuación es probable que no la resuelva. Tampoco la simplifica. Al contrario. Se vuelve un fariseo. Complica la ecuación. La falsifica. Falsifica los valores y las respuestas. Convence a la gente de esto. La gente le cree. El literato se da cuenta de su propia mentira. Una mentira crecida exponencialmente al infinito. El infinito y los números imaginarios. El literato se siente culpable. El literato busca su propia redención. El literato trata de despejar la ecuación para componerlo.
Pero insisto. No es matemático. Puede adorar los números. El número de sílabas para componer un soneto. La estructura de los poemas helénicos. Números, y letras. Pero la tragedia lo invita a su propia condena.
La desdicha y la enfermedad.
Hace unos días dejé el cigarrillo. Todavía no comprendo por qué. Sobre todo unos días antes de casarme. Hay errores en esa ecuación. En estos días debería estar fumando como chacuaco. Sobre todo, estos días en los cuales mi mujer me desespera y me siento solo. Fumar lo haría más llevadero. Triste pero cierto. El cáncer. Morir de una apendicitis. Tal vez eso es exagerar. Hoy vi como me colgaba la panza. Todavía puedo buscar un ataque al corazón.
Dejé el cigarrillo. La búsqueda del bienestar se vuelve el camino sinuoso, dantesco y estúpidamente redentor. A la vez se vuelve la prisión propia de una tragedia y un amplificador de ira, furia y resentimiento. Todo por dejar un vicio. ¿Quién diría? ¿De verdad, la vida sería diferente con veinte de esos al día? Quien sabe.
Mientras tanto me siento literato, en una cama alejada de casa, de los míos, sin aire acondicionado, a unos 27 ó 28 grados, de noche. Sin nadie que platicar que realmente quiera escucharme. El cigarrillo era un buen acompañante. No me callaba la boca, no. Se llevaba los secretos directamente al filtro.