Lo peor que puede haber en un casting es un callback de cien personas. Algunos directores sienten que deben conocerlos a todos para saber si trabajan con ellos. Cien personas. Imagínense. Entre cinco y diez minutos de acción, entrevista, por cada uno de ellos. Con los años, he llegado a pensar que eso se traduce en inseguridad. Sin embargo, también debe haber algún dejo de obsesión atrás de todo eso. ¿Por qué? Obsesión. ¿Por qué te obsesionas en vender algo que se digiere tan pronto? Tal vez porque sin esa obsesión no existiríamos. Por efímera que pueda ser.
Sería insoportable no tener algo en qué agarrarnos.
Conforme creces, se te olvidan todas las cosas a las que te agarras. No por descuidado. Se te olvidan porque si las tienes presentes, sabes que las puedes perder y la vida, en si, se vuelve insoportable. Agarrarse es importante. Sanito y saludable. Por eso me agarro a la coca cola como si fuera agua. Y ya sabes. “Pensé que tu sonrisa era inagotable como el agua, hasta que casi, se fue”.
Mandaron invitaciones para uno de esos cocteles súper trendy. Mandaron a todos excepto a mí, lo que se me hizo muy extraño, porque he trabajado muy cerca de esta agencia de modelos. Sólo para ocasionar un poco de caos en este mundo, alcé el teléfono y pregunté por mi invitación. Me dijeron que había sido un “error garrafal”. Hasta el ego se me infló. Entonces me preguntó: ¿Cuál es tu apellido… Juan Carlos?
-No soy Juan Carlos. Soy Agustín -Hice lo mejor posible por parecer alterado.
Recordé cuando a mi amante le llamé por otro nombre. Recuerdo que fue desagradable para ella. Pero yo pensaba que había sido divertido. No fue después del momento. No, señor. Fue en la calle, cuando caminábamos para comprarnos un helado y tal vez, si, tal vez, ir a mi casa después. Opción que se anuló cuando abrí la bocota. Además llamarle por otro nombre después de coger habría sido de muy mal gusto. No divertido.
Ya le dije a la personita que me atendió que no se preocupara. Que luego hablábamos. Nunca he ido a esos cocteles. La prueba es que en ese momento, mientras estaba con el nextel (no de mi propiedad, por cierto) en la oreja, iba camino al mercado a comprar los ingredientes para las tortas de jamón que íbamos a hacer en la oficina.
La tarde pasó apacible, entre bolillos y jamón fud.
Finalmente, cuando regresé de compras, alguien me advirtió en la oficina que llamaron de la agencia. -Llamaron preocupadísimos para preguntar tu apellido -no pude evitar una gran sonrisa retorcida. Sonrisa retorcida. A los pocos minutos, habló alguien de relaciones públicas para disculparse conmigo por el error que habían cometido. Le dije que no se preocupara, que eso a veces pasaba.
Yo sólo estaba aburrido. Es todo -dije casi en silencio, cuando escuché que el otro ya había colgado el teléfono. Me quedé un rato en silencio, contemplando la posibilidad de ir por las molestias que provoqué.