Resulta, que estamos haciendo casting para unas cortinillas de un programa de televisión. Las cortinillas son, pues, las cortinillas. ¿Cómo explicarlo? Bueno, hagan de cuenta que en el cine, para presentar la película, a veces los mamones bajan las cortinas y las vuelven a subir. (Cosa que al parecer dejaron de hacer por razones ecológicas. Alguien que conozca ese dato de trivia, favor de platicarlo.) Es lo mismo. Para presentar el segmento del programa ponen las cortinillas y para avisarte que van los comerciales, hacen lo mismo.
Por alguna razón que no me explico, el director pidió que en el casting las personas platicaran una historia de amor.
O tal vez me la explico.
La cosa es que, ochenta historias de amor después, me aburrí. Se tardaban de un minuto a más. A veces las improvisaban, a veces confesaban algo personal, a veces platicaban la historia de algún amigo-conocido o adaptaban una película. En ese minuto, les prestaba atención, tratando de encontrar algo interesante dentro de tantas historias. Pocas veces lograba conservar el hilo de la conversación. Hubo dos o tres personas que adaptaron historias populares o chistes, y hacían la historia dinámica, interesante.
Me aburrí… me aburrí, me aburrí, me aburrí.
Algunas veces, el casting me dormía. Otras veces, los modelos me desesperaban y bajaba el grado de cortesía. Sobre todo al final.
¿Pero es el amor el aburrido? ¿O es que todas las historias de amor son iguales? Me preguntaba esto, a medida que escuchaba la siguiente improvisación. Hacía cuentas mentales: cinco historias de amor en el antro, cuatro historias de amor de lejos, tres historias de amor internetesco, dos chocaron el coche con el del amor de su vida y uno la conoció en el metro.
Hombros alzados… algunas historias me hacían sonreír. “A la semana me la cogí”, dijo alguno para finalizar la suya y no contuve la risa al final. Otro, el super nerd, contando su ansiedad en un salón de clases cuando tiró un lápiz y ella, por supuesto, volteó a mirarlo. “Me encuentro en este café, esperando a que llegue. Espero que no me haya dejado plantado”. Otra, finalizó muy bien diciendo: “Este es el libro que estoy escribiendo, ¿qué te pareció?”. Un cínico: “El matrimonio es la principal causa de divorcio”.
Lo mejor, me toca editarlo. Me desquitaré en silencio con los que me aburrieron más. Historias de amor comunes, historias de amor comúnmente inusuales, historias de amor mágicas. Finalmente, entre toda esa red de mentiras y amargura, de aburrimiento y cinismo… se encuentra esa verdad inalterable, lamentable y estúpida. Un amor especial que nos alumbre, que nos guíe y nos transmute. Amor mágico.
Ojalá el odio fuera así de romántico.